A cargo de Jorge Dominguo Cuadriello
Acaso uno de los más graves problemas que confronta hoy en día el automovilismo en las calles de La Habana, es la «oficiosa» banda de cuidadores que le sale por doquier tan pronto hace amagos de estacionar su auto en algún lugar. Y fíjese bien que hemos dicho «cuidadores», no «parqueadores».
Un «parqueador» de automóviles, de los organizados por el Jefe de la Policía hace algún tiempo, es un individuo que resulta un valioso auxiliar del automovilista, sobre todo en estos momentos en que el número de autos en la capital parece que la revienta. Es un individuo que maneja, que llega usted a la puerta del restaurante, comercio, espectáculo, etc., y le confía su auto para que lo estacione en un lugar adecuado y le ahorre la molestia que esto le trae. Un individuo que sin tener la prestancia ni la distinción de un artista de cine o un diplomático de carrera, le sirva en esta forma y acepte con una sonrisa la peseta o lo que usted buenamente quiera darle por sus servicios. Ese es el concepto que nosotros tenemos de lo que es un «parqueador» de autos.
Pero ahora resulta que en todas las calles de La Habana se ha desatado una bandada de «jovencitos», y no tan jovencitos a veces, que gamuza en mano y gesto desenfadado y confianzudo, le endilga a usted el título de «docto» y le quiere cuidar, a la brava muchas veces, la integridad física del automóvil que deja usted estacionado en lugar apropiado y con sus puertas herméticamente cerradas, vigilancia, que si la necesita, prefiere uno que la preste el vigilante de posta, que al fin y al cabo para eso, y para otras muchas funciones, el Estado le da autoridad, uniforme, armas y le asigna un sueldo.
Estos «cuidadores oficiosos», muchos de ellos rateros al descuido, pedigüeños y molestos para el automovilista, han tomado la calle como patrimonio propio, y hasta se tienen asignada la cuadra en que han de ejercer su «vigilancia» (que debe ser vigilada) a la que debe usted contribuir con su «cuota», so pena de correr el riesgo de que en su segunda visita al mismo lugar, note la falta de una de sus bocinas, rayada su carrocería o desinflada una goma. Esa es la técnica extorsionista que nunca falla y produce magníficos dividendos.
Eso no debe tolerarse en las calles de La Habana. Ese chantaje burdo a que está expuesto el automovilista deber ser perseguido implacablemente, pues cuando usted ha sido víctima de esa técnica extorsionista que le produce daños materiales a su automóvil, no le queda más remedio que emprenderla a golpes o denunciar a los presuntos autores, cosa en la que una persona responsable y seria que muchos años atrás dejó de cultivar el músculo para cultivar la mente, no va a caer tontamente, quedando entonces indefenso ante este indigno procedimiento de sacarle la propina.
No hay ninguna razón para que esos cuidadores campeen impunemente en las calles de La Habana. Aceptamos los «parqueadores», que son cosa distinta. Son individuos que le prestan a usted un servicio y justo es que se les remunere. Pero a esos vividores que gamuza en mano esquilman al automovilista y lo hacen víctima de tan burdo chantaje no lo toleramos. «O me das el níquel o te causo un daño en tu automóvil». Ese es el lema.
Ponemos todo esto en conocimiento del Jefe de la Policía, para que dé una batida en regla contra estos individuos, que NO PRESTAN SERVICIO ALGUNO A LOS AUTOMOVILISTAS y sí extorsionan y molestan soberanamente
Octavio M. Jordán Jústiz. Periodista colegiado, miembro del Colegio Nacional de Periodistas de la República de Cuba. Columnista y redactor del diario El Mundo al menos desde 1950 hasta 1959. Firmaba sus trabajos solo con su primer apellido, Jordán. En 1957 residía en el reparto Biltmore, Marianao. No hemos logrado recabar más información sobre este autor, pero la vigencia del presente artículo suyo nos ha impulsado a reproducirlo aquí. Apareció impreso en El Mundo Año 50 Nro. 15815. La Habana, 24 de abril de 1951, p. 4.