AÑO 2018 Año 14 Nro. 2, 2018

El libro más racista publicado en Cuba

por Jorge Domingo Cuadriello

En el número anterior de Espacio Laical apareció publicado el artículo de Jorge I. Domínguez-López «Benjamín de Céspedes: prostitución y racismo en La Habana colonial», que se propuso ofrecer una «percepción distinta» sobre la obra La prostitución en la ciudad de La Habana (1888) del doctor De Céspedes, a la que nosotros ofrecimos en el texto titulado «La polémica acerca del estudio La prostitución en la ciudad de La Habana (1888)», que había visto la luz en el número de esta revista que le antecedió. No pretendemos ahora emprender una polémica con el cuasi tocayo Domínguez-López, pues en realidad consideramos que él se fijó en una arista del fenómeno expuesto en dicho libro —el racismo— y nosotros en otra —el enfrentamiento político—. Pero en su escrito nos llamó mucho la atención y nos hizo pensar la siguiente oración referida al estudio de Benjamín de Céspedes: «Su libro es quizás el más completo, explícito y execrable ejemplo literario del racismo en la historia de Cuba» (p. 61).

Aunque la afirmación se encuentra matizada con un adverbio de duda —«quizás»—, nos vino de inmediato a la memoria una obra que bien puede recibir ese deleznable honor, sin que pueda ser beneficiada con matiz alguno. Nos referimos al libro de Gustavo Enrique Mustelier La extinción del negro; apuntes político sociales.1 Al menos como un valor negativo vale la pena recordarlo hoy.

» La extinción del negro…

En 1912 ocurrió el alzamiento armado, principalmente en la región oriental de Cuba, de los miembros del Partido Independiente de Color, integrado casi en su totalidad por individuos negros o mulatos y capitaneado por Evaristo Estenoz y Pedro Ivonet. En el convencimiento de que el sector de la sociedad cubana conformado por la raza negra sufría una marginación generalizada y después de haber intentado por la vía pacífica obtener sus derechos como ciudadanos cubanos, sin ser debidamente atendidos, recurrieron de un modo que no dejó de ser irresponsable a la insurrección contra el orden establecido que los discriminaba. Como respuesta, se coligaron las fuerzas militares bajo el mando del presidente José Miguel Gómez y los voluntarios que reclutó el principal líder de la oposición, Mario García-Menocal, ambos generales de la gesta independentista, y juntos se lanzaron, bien pertrechados, sobre los rebeldes, mal armados y con escasa instrucción militar. El resultado de aquel enfrentamiento fue la liquidación del alzamiento, la trágica muerte de Estenoz e Ivonet y la masacre de cientos de rebeldes, no pocos de ellos después de haberse rendido. La sociedad cubana continuó con su ritmo normal, pues en realidad los escenarios de los enfrentamientos habían estado en lugares distantes de las principales ciudades, pero entre la población blanca se recrudeció entonces el miedo al negro y a la violencia colectiva que este pudiera generar. Aunque personalidades relevantes de la raza negra, entre ellas Juan Gualberto Gómez, Martín Morúa Delgado, Agustín Cebreco y Generoso Campos Marquetti, se hubieran desmarcado del Partido Independiente de Color desde los inicios de su gestación.

En aquel contexto de la segunda mitad del año 1912, cuando en las cárceles permanecían hacinados numerosos sublevados en espera de juicio y aún en los montes orientales huían de las autoridades algunos alzados, apareció publicado este libro de Mustelier, en verdad un folleto de pequeño formato, que fue dedicado al «periodista ilustre» Eduardo Dolz y Arango, quien integraba el equipo de redactores del diario El Día, militaba en el Partido Conservador y acerca de sus posiciones racistas pueden servir de ejemplo estas declaraciones suyas publicadas en aquellos días: «Cuba está resuelta a ser una sociedad blanca, una sociedad predominante y decididamente blanca, una sociedad de civilización y factura francamente caucásica».2 De escribir el prólogo se encargó el narrador, diplomático y ferviente martiano Arturo R. de Carricarte, autor más tarde de Honremos a Martí (1922) e Iconografía del Apóstol José Martí (1925), y fundador del Museo José Martí. Sin embargo, en sus palabras iniciales a La extinción del negro… afirmó: «En estos días (…) para afrenta de la patria cubana, constituida por negros y blancos, se ha alzado el pendón del racismo negro, aspirando a la supremacía de esa raza sobre la blanca tomando como pretexto para justificar tan egoísta y absurdo ideal, el inexacto concepto de una equivalencia de valer (sic) con los compatriotas blancos y aun algunas superioridades sobre este en el orden individual» (pp. 8-9). Al escribir estas palabras, Carricarte distorsionó las causas de aquel alzamiento y, por otra parte, olvidó el llamado integracionista y solidario entre blancos y negros del Apóstol Martí.

A continuación Mustelier declaró que se proponía «llevar al ánimo de mis conciudadanos blancos», el problema racial del momento, que consideraba consecuencia de la inexperiencia de los gobernantes cubanos. También aseguró que su trabajo tenía «finalidad cívica, finalidad patriótica». Ni en esos primeros párrafos ni en toda la obra hizo mención al Partido Independiente de Color ni a la sublevación ocurrida meses atrás; pero estos asuntos, de un modo velado, no dejaron de estar presentes.

Pasó seguidamente al primer capítulo, que tituló «Situación del negro en la historia de Cuba», en el cual aseguró que no era su intención «un sistemático ataque al negro ni una parcial defensa del blanco», y condenó, como crímenes, la trata negrera y el sistema esclavista; pero al mismo tiempo consideró que el negro trajo a Cuba de África «elementos anti-sociales que han corroído el alma nativa produciendo verdaderos estigmas en el cubano» (p. 23). Entre esos estigmas señaló un concepto egoísta y groseramente utilitario de la vida, el oportunismo y la licencia de las costumbres, defectos que no habían sido traídos por el «progenitor ibérico». De acuerdo con el criterio de Mustelier, el negro pertenece a una raza desarraigada, nómada, atrasada, que en tierras africanas solo se dedicaba a la caza y a la pesca y desconocía la industria. Por el contrario, el español resultaba ser solidario, ahorrativo y emprendedor. De igual modo opinó que «Cuba no es deudora del negro en los aspectos artísticos, literarios y científicos» (p. 26), alabó las cualidades patrióticas y heroicas «del gran Maceo», pero negó su capacidad militar como estratega y afirmó que la invasión a Occidente fue improvisada y sin un plan acertado. Descendiendo aún más por la pendiente de la injusticia histórica, de Plácido y Juan Francisco Manzano apuntó «la evidente incultura de estos poetas» y la «debilidad e incoherencia características psicológicas de la raza» (p. 29) y reconoció la calidad de los músicos negros como ejecutantes; pero no como creadores. Ya estas declaraciones pertenecen a la desmesura de la infamia. ¿Acaso era de esperar que de entre todos estos seres condenados durante generaciones al extrañamiento de su tierra natal y de sus costumbres, a la explotación más inhumana, a la vida infecta en los barracones, a la incultura, el analfabetismo y la ignorancia, surgieran poetas como José María Heredia y Juan Clemente Zenea o compositores como Esteban Salas e Ignacio Cervantes?

José Ingenieros.

José Ingenieros.

Pero Mustelier no se formulaba esas preguntas y con toda seriedad llegaba a la siguiente conclusión: «…en ninguno de los órdenes de la actividad humana Cuba debe a la raza negra elementos de positivo adelanto. Sin embargo, los blancos hemos cedido en la participación de la vida pública los puestos más envidiables al negro, no a título de capaz y preparado sino por concepto de representante de esa raza con cuya convivencia subsistimos» (p. 31). Por más esfuerzo que hacemos no logramos precisar a qué «puestos envidiables» se refería el autor, pues en aquella época —año 1912— los altos cargos del gobierno, del ejército, de la marina, del poder judicial, del cuerpo diplomático, del clero católico, del sistema legislativo, de las instituciones oficiales…estaban casi exclusivamente en manos de los blancos, y los negros tenían que conformarse con ocupar un modesto espacio en el cuerpo de baile.

En el capítulo siguiente, «El negro en las estadísticas», no dejó de demostrar su alborozo porque, según sus cálculos, fuera de toda discusión el componente negro de la sociedad tendía a disminuir por las siguientes razones: ser la inmigración mayoritariamente blanca, aumentar la mezcla de las razas, existir un alto nivel de prostitución entre las mujeres negras y encontrarse presos el 70% de los negros. Tomando como fuentes, que consideró irrefutables, las estadísticas que arrojaban los censos de población, también anotó que los individuos de tez negra preferían residir en las ciudades y no en las zonas rurales.

A continuación, en el capítulo nombrado «Inferioridad étnica del negro», como ya lo anunciaba, se propuso demostrar que esa raza está, desde todo punto de vista, en un escalón muy por debajo de la blanca. Incapaz de organizar un cuerpo de doctrinas que pudiera legitimar una conclusión tan arriesgada, apeló a las posiciones asumidas al respecto por conocidas personalidades argentinas, entre ellas Domingo Faustino Sarmiento y Bartolomé Mitre, así como por los filósofos europeos Friedrich Nietzsche y Max Nordau. Sin embargo, Mustelier sintió un entusiasmo mucho mayor con las afirmaciones vertidas por José Ingenieros en Crónicas de viaje (1905-1906), que reprodujo no obstante su considerable extensión. Este pensador y médico de convicciones positivistas, después de haber visitado el archipiélago de Cabo Verde, en África, y en particular su isla San Vicente, en 1908 dio a la publicidad este libro, en el que insertó el capítulo «Las razas inferiores». De él tomó Mustelier numerosas citas, entre ellas las siguientes «perlas»: los negros de San Vicente son «una oprobiosa escoria de la especie humana» (…) «Juzgando severamente, es fuerza confesar que la esclavitud… debió mantenerse en beneficio de estos desgraciados, de la misma manera que el derecho civil establece la tutela para todos los incapaces y con la misma generosidad con que se asila en colonias a los alienados y se protege a los animales» (p. 48). «La solidaridad humana resulta aquí una preocupación lírica e irracional.» «Los hombres de las razas blancas, aun en sus grupos étnicos más inferiores, distan un abismo de estos seres, que parecen más próximos de los monos antropoides que de los blancos civilizados». «…cuanto se haga en pro de las razas inferiores es anticientífico» (pp. 49-51).

Un poco más adelante reproduce esta otra aseveración de Ingenieros: «Es necesario ser piadoso con estas piltrafas de carne humana; conviene tratarlos bien, por lo menos como a las tortugas seculares del Jardín Zoológico de Londres o los avestruces adiestrados que pasean en el de Amberes» (pp. 51-52). En Crónicas de viaje (1905-1906) su autor también añadió estas otras conclusiones que Mustelier no citó en su libro, pero de seguro lo reafirmaron en sus convicciones: «Los hombres de razas de color no deberían ser, política y jurídicamente, nuestros iguales; son ineptos para el ejercicio de la capacidad civil y no deberían considerarse “personas” en el concepto jurídico».3 «… la abolición de la esclavitud ha sido una desdicha para estos negros. Todo sistema de producción fundado en el trabajo de esclavos, tenía para ellos la ventaja de asegurarles la existencia» (p. 199). «…la esclavitud representaba para estos negros una felicidad relativa, como la sujeción al hombre la representa para los animales domésticos» (p. 200). Con el fin de aportar algo de su magra cosecha sentenció Mustelier: «La igualdad humana es un sueño digno de ingenuos como Cristo y de enfermos como Bakounine» (p. 55).

Consideramos que todas estas declaraciones caen por su propio peso, están reñidas con los más elementales sentimientos de humanidad, solidaridad y fraternidad, responden a los postulados del supremacismo blanco y bien podrían haber sido suscritas por un ideólogo nazi. Por ser tan indignas no merecen el esfuerzo que representaría refutarlas y hoy solo pueden ser compartidas por una mentalidad cavernícola.

» Una digresión necesaria: José Ingenieros y los intelectuales cubanos.

Doctor en Medicina, psicólogo, filósofo, farmacéutico, criminólogo, sociólogo, masón, profesor universitario y teósofo, José Ingenieros (Palermo, Sicilia, 1877-Buenos Aires, 1925) atrajo la atención de toda la intelectualidad hispanoamericana en el primer tercio del siglo xx. En la capital argentina, donde se estableció cuando aún era un adolescente, obtuvo su título universitario, fundó la Revista de Filosofía, impartió numerosas conferencias y llegó a convertirse en una personalidad muy respetada en los ámbitos científicos y académicos. Ocupó la presidencia de la Sociedad Médica Argentina, se desempeñó como profesor de Psicología en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y se presentó como ponente en importantes congresos internacionales celebrados en Europa y los Estados Unidos. Una amplia divulgación y numerosos comentarios tuvieron varias de sus obras, entre ellas las tituladas La simulación en la lucha por la vida (1902), El hombre mediocre (1913), Hacia una moral sin dogmas (1917) y Los tiempos nuevos (1921). Sus observaciones críticas con respecto a la sociedad moderna y sus propuestas de regeneración a nivel individual y colectivo fueron escuchadas con atención y ampliamente debatidas. Por aquellos años la corriente positivista y el biologismo sociológico ejercían una fuerte atracción en los círculos intelectuales que se consideraban modernos y deseaban superar las doctrinas anquilosadas del pensamiento conservador. En especial a los jóvenes los atraía las afirmaciones rotundas y novedosas de Ingenieros y su intachable ética personal.

Los libros de este autor circularon también con facilidad en Cuba a través de ediciones realizadas en Argentina, México y España, y algunos de sus artículos y ensayos breves fueron reproducidos en revistas como Cuba Contemporánea, Social, El Fígaro, Orto (Manzanillo) y Archipiélago (Santiago de Cuba). De igual modo, en los círculos pedagógicos cubanos fue celebrado su sistema de Psicología. A principios de diciembre de 1915, a su paso por La Habana rumbo a los Estados Unidos, Ingenieros fue homenajeado por los redactores de las revistas El Fígaro y Cuba Contemporánea y por otros escritores cubanos, entre ellos Aniceto Valdivia (Conde Kostia), Carlos de Velasco, Manuel Márquez Sterling, los hermanos Néstor y José Manuel Carbonell, Bernardo G. Barros y Arturo R. de Carricarte, quienes le ofrecieron un suculento banquete en el restaurante Miramar.

Diez años después, en la primera quincena de agosto de 1925, también en viaje de tránsito, volvió a desembarcar en el puerto de La Habana, donde solo permaneció unas horas. En ese breve tiempo recibió el agasajo de Carlos Loveira, Emilio Roig de Leuchsenring, Néstor Carbonell y los redactores de El Fígaro, y visitó en su residencia al pensador Enrique José Varona. Con motivo de su inesperada muerte, ocurrida solo unas semanas después, publicaron en la prensa habanera artículos laudatorios Rubén Martínez Villena, Max Henríquez Ureña, Emilio Roig y Alberto Lamar Schweyer. Muy distinto vino a ser el texto necrológico que le dedicó el activo periodista Jorge Mañach y que provocó una airada reacción de sus contemporáneos, efecto colectivo que bien puede ilustrarnos acerca de las simpatías que despertaba en Cuba el pensador argentino. Bajo el título «La muerte de José Ingenieros», Mañach dio a conocer en la primera página del número del Diario de la Marina correspondiente al 7 de noviembre de 1925, un texto en el cual incluyó la siguiente afirmación sobre este autor: «Los más de sus ensayos, bien cernidos, no dejan mucho grano de ciencia y sí, en cambio, mucha paja de suficiencia y de BLUFF».

Esa descalificación fue recibida como una ofensa por sus admiradores y en particular por los integrantes del Comité Ejecutivo de la Universidad Popular José Martí, que tras reunirse días después decidieron enviarle a Mañach una carta para invitarlo a ofrecer en la sede de esa institución «una conferencia contradictoria sobre la personalidad científica y literaria del gran pensador y publicista latino-americano». El poeta José Z. Tallet, como Jefe del Departamento de Conferencias de dicha universidad, envió esta comunicación, que fue fechada el 14 de noviembre y suscrita por los profesores Julio Antonio Mella y Alfonso Bernal del Riesgo, quienes poco antes habían sido fundadores del Partido Comunista de Cuba, Rubén Martínez Villena, Jorge A. Vivó, Leonardo Fernández Sánchez y Gustavo Aldereguía, entre otros.4 Mañach no recogió el guante y declinó el ofrecimiento, pero se reafirmó en su criterio sobre Ingenieros. Consideró además que eran los profesores de esa universidad los que debían encargarse de refutar su valoración, ya que demostraban por el filósofo argentino «una admiración superlativa que yo no siento».5

Diario Excélsior del martes 4 de septiembre de 1928.

Diario Excélsior del martes 4 de septiembre de 1928.

Ahora se impone la pregunta: ¿desconocían por completo estos jóvenes intelectuales, estudiosos de la obra de Ingenieros, las tremebundas declaraciones racistas que había estampado en su libro Crónicas de viaje…, publicado más de quince años atrás? ¿Ni siquiera las habían oído comentar? Nos resulta muy difícil admitir que no eran, al menos de un modo parcial, de su conocimiento. Entonces, ¿cómo estos jóvenes de izquierda, incluso partidarios del ideal comunista, que repudiaban toda manifestación de racismo, podían identificarse con el pensamiento de Ingenieros? A nuestro entender la respuesta a esta interrogante hay que buscarla en las actitudes políticas y cívicas de este, así como en sus posicionamientos antimperialistas y regeneradores, que habían incluido su respaldo entusiasta y sin tibiezas a los estudiantes que en 1918 exigieron en el centro de altos estudios de Córdoba una reforma universitaria, solicitud que irradió hacia gran parte del continente, haber integrado la filial en Argentina del grupo Clarté (Claridad), surgido en Francia durante la primera Guerra Mundial y encaminado a unir a los intelectuales progresistas de cada país, y haber manifestado abiertamente su respaldo a la Revolución Rusa y al régimen encabezado por Lenin. A esto habría que sumar sus posiciones anticlericales, de rechazo a todas las denominaciones religiosas, sus ataques al sistema capitalista y el hecho de compartir el principio marxista de la lucha de clases, pues veía en ella un ejemplo más de la supervivencia por la vida, presente en los procesos biológicos. Igualmente simpatías levantaban en esos círculos su adhesión al Partido Socialista Argentino cuando aún era muy joven, y su propuesta, lanzada en 1922, de crear la Unión Latinoamericana, organismo integracionista y continental dirigido a darle batalla al imperialismo estadounidense, proyecto que solo conoció una vida efímera. Ingenieros había sido nombrado Maestro de la Juventud de América Latina, honroso título que no podía dejar indiferentes a los profesores de la Universidad Popular José Martí ni a muchos de sus fieles lectores. Todo esto resulta muy comprensible y en gran medida explica por qué se granjeó la admiración de gran parte de la intelectualidad cubana, pero ese sentimiento debió estar matizado y no ser tan rotundo como se puso de manifiesto.

Las simpatías hacia la obra y la personalidad de Ingenieros se mantuvieron vivas en Cuba durante algunos años más. Como ejemplo vale recordar los artículos que Emilio Roig publicó en las revistas Carteles y Social en 1930, durante el régimen represivo de Gerardo Machado. En ambos textos el autor se propuso avivar los impulsos revolucionarios de los jóvenes a través de las enseñanzas del pensador argentino. »

De vuelta a La extinción del negro…

Después de haber terminado Mustelier de reproducir las citas de Ingenieros y de haber comparado la superación de las razas humanas inferiores con el esfuerzo de los ganaderos argentinos por los ventajosos cruces de sus crías, pasó al último capítulo de su libro, «El problema del negro en lo futuro». De acuerdo con sus apreciaciones, los blancos en Cuba no deberían sentir temor por la «absorción negra», pues el movimiento inmigratorio de personas de la raza blanca iba en aumento y, por el contrario, el crecimiento vegetativo del negro disminuía. Otro factor importante en ese progresivo decrecimiento sería la educación, pues a mayor cultura mayor comprensión de las limitaciones propias y de las superioridades de los demás. Esto favorecería la mezcla de razas y los descendientes serían entonces individuos más evolucionados que los negros, quienes en el caso de no optar por «adelantar» su configuración racial se irían quedando atrás.

Para ponerle fin a su libro Mustelier optó por esta predicción: «En un período de tiempo difícil de determinar, pero que no rebasará un siglo —si es que llega— la raza negra habrá desaparecido, por acción natural biológica y social, de nuestro ambiente. Quedará relegada a lo legendario y se hablará del negro como de una cosa que fue, inactual y extinguida» (pp. 63-64). ¿De dónde tomó el autor este vaticinio tan estrafalario? Pues evidentemente de su admirado Ingenieros, quien ya en la obra antes mencionada había asegurado con respecto a los negros: «Semejantes hombres no pueden sobrevivir en la lucha por la vida. La selección natural, inviolable a la larga para el hombre como para las demás especies animales, acabará con ellos toda vez que se encuentren frente a frente con las razas blancas» (p. 193).

Según Mustelier, en Cuba la población blanca, tan blanca como sus muy gustadas champolas de guanábana, tendría un porvenir risueño y podía descansar muy tranquila. La amenaza del fortalecimiento del componente negro se iría diluyendo con el paso del tiempo. Un levantamiento armado similar al de los miembros del Partido de los Independientes de Color —a quienes nunca menciona— jamás volvería a ocurrir. En el futuro el negro sería «una cosa que fue». (Sin comentarios).

» ¿Qué recepción tuvo La extinción del negro…?

El libro de Mustelier comenzó a venderse en los últimos días de julio de 1912, en momentos en que se informaba la trágica muerte de Pedro Ivonet —a quien posiblemente se le aplicó la «ley de fuga»—, se presentaban ante las autoridades numerosos rebeldes y regresaban a la capital las fuerzas del ejército que en Oriente habían combatido a los alzados, así como los llamados Voluntarios de Occidente. Multitudinarios agasajos se les tributaron a los principales jefes militares de la contienda, entre ellos los altos oficiales José de Jesús Monteagudo, Pablo Mendieta y José Martí Zayas-Bazán, y tanto a ellos como a sus soldados se les ofreció con gran realce un banquete-homenaje en el Parque Central.

Sin pérdida de tiempo, la prensa habanera, a través de notas y de comentarios, dio a conocer la publicación de esta obra, y la reseña que se anticipó a las restantes apareció, bajo un gran titular y sin firma, en la primera página del diario El Reconcentrado correspondiente al 1º de agosto. En su primer párrafo dejó establecido: «…La extinción del negro /es un/ trascendental estudio político social del señor Gustavo Enrique Mustelier, un hombre de talento…» Y después de reproducir fragmentos tanto de la obra como del prólogo de Carricarte, sentenció: «El libro del señor Mustelier… de gran actualidad y… tan reflexivamente pensado como galanamente escrito, parece encaminado a tranquilizar los espíritus pusilánimes, alarmados por la rebelión que acaba de ser exterminada…» (p. 1).

Muy poco tiempo después, el 6 de agosto, vio la luz otra reseña en «La Nota del Día» del periódico oposicionista El Día, sección que nadie firmaba, pero resultaba del conocimiento público quién se encargaba de redactarla: Eduardo Dolz y Arango, a quien estaba dedicado el libro. Este, después de manifestarle a Mustelier su agradecimiento por la dedicatoria, declaró que La extinción del negro «está escrito con mucha valentía, con gran arresto de opiniones», que está escrito «como no lo hubiera escrito nadie antes de la producción de los últimos sucesos» y que «merece ser leído…». Además de esta recomendación, el periodista, muy interesado en atacar al gobierno de José Miguel Gómez, añadió: «En Oriente no ha habido una guerra, ni siquiera una guerra cruel; lo que ha habido ha sido una matanza de negros, “una cacería de negros” (la han llamado así los mismos directores de la campaña): cinco mil negros muertos por treinta bajas, incluyendo contusos, en las tropas, no es una guerra, es un exterminio.» (p. 2) Según sus apreciaciones, los liberales habían usados a los negros para ganar votos y llegar a la presidencia, y una vez en el poder se habían olvidado de ellos.

Dos días después, el 8 de agosto de 1912, salió impreso en el diario La Lucha otra reseña elogiosa dedicada a este libro, también con título homónimo y sin el nombre del autor. En sus primeras líneas se hizo saber que «La brillante pluma del señor Mustelier desenvuelve con extrema imparcialidad la parte exacta que corresponde al negro, como factor de nuestra vida pública…» Y para finalizar, después de haberse expuesto de forma resumida los principales argumentos de la obra, se estampó la siguiente conclusión: «El opúsculo del señor Mustelier, en extremo acucioso y oportuno, representa un valor incuestionable para cuantos siguen con interés el estudio y desarrollo de nuestros problemas sociales y si se quiere, el de la raza de color, demostrada como está su palpitante actualidad» (p. 5).

Al siguiente día, 9 de agosto, en la Edición de la Mañana del Diario de la Marina el periodista Joaquín N. Aramburu en su leída sección «Baturrillo», tras exclamar, alborozado: «Al fin ha llegado a mis manos el folleto La extinción del negro, de que tanto ha hablado la prensa capitalina», manifestó que compartía los criterios de Mustelier, a quien calificó de inteligente. Era también de su criterio que el negro desaparecería al cabo de un proceso que podría demorar siglos y se declaró partidario de que Cuba importara individuos de piel blanca. Para terminar, felicitó al autor «por su oportunísimo trabajo» (p. 3).

La revista El Fígaro, que contaba con más de veinticinco años de fundada, en su salida del 11 de agosto insertó en un recuadro de la sección «Entre Libros» (p. 471) una reseña sobre el mismo tema, que quizás fue escrita por el joven ensayista Carlos de Velasco, pues él se encargó de comentar otras obras en esa sección y puso al final su nombre. Pero quienquiera haya sido el autor, es de anotar que esta revista de amplia divulgación también se encargó de divulgar el folleto de Mustelier, que igualmente consideró muy oportuno, reprodujo algunas de sus afirmaciones y no objetó una sola de ellas; solo censuró que se hubieran tomado citas literales del Censo sin poner las correspondientes comillas y referencias, como es lo correcto, y puso en duda que el cuarterón, resultado del entrecruzamiento de la raza blanca y la negra, fuese superior al blanco y al negro puros.

Bohemia, una revista que había comenzado a abrirse paso dos años antes, no se mostró indiferente a la salida de La extinción del negro y en su número perteneciente al 18 de agosto de 1912 dio a conocer el comentario de Francisco Cañellas «Lecturas. Un libro de Mustelier». Este poeta, crítico y periodista, antes de exponer sus valoraciones, aseguró que dicho escritor era «uno de los jóvenes de mérito más positivo de la nueva generación intelectual». Seguidamente afirmó que en esta obra «estudia el autor sin intransigencias ni prejuicios, con independencia absoluta y sinceridad masculina, el arduo problema de la raza negra en Cuba» y para poner bien en alto el capítulo titulado «La situación del negro en la historia de Cuba» aseveró que «es de un mérito sociológico extraordinario». Para ponerle fin a su texto Cañellas formuló la siguiente pregunta: «¿Será precisa (sic) decir que es una página admirable, digna de la pluma gallarda y prócer que la ha escrito?» (p. 394).

A diferencia de las anteriores publicaciones, el periódico La Prensa le dedicó dos reseñas a La extinción del negro… La primera de ellas apareció con dicho título y sin firma en el número del 1º de agosto, y en sus líneas de inicio se remontó a las gestas independentistas para recordar que entonces los blancos habían aceptado combatir bajo las órdenes de oficiales negros, que en la Constitución de la República no se establecían diferencias entre las razas y que en aquellos días los descendientes de esclavos ocupaban altos cargos en la vida pública. Todo esto demostraba, según dicho autor anónimo, que había sido por completo injustificado el alzamiento del Partido Independiente de Color. Más adelante reconoció que se adhería al criterio de Mustelier acerca de la paulatina de saparición de la población blanca como consecuencia del entrecruzamiento de las razas y de un proceso biológico natural, vaticinio que ya había sido anunciado mucho antes, en 1886, por el abolicionista Rafael María de Labra. Por último arribó a esta conclusión: «…nos place consignar que el trabajo del señor Mustelier resulta en extremo acucioso y oportuno, aportando (sic) datos de incuestionable valor para el estudio de nuestros problemas sociales» (p. 4).

Dos días después, el 3 de agosto de 1912, en la sección de este periódico «Cosas Serias», que con el seudónimo de Tit Bits escribía el periodista Antonio Iraizoz, vio la luz otra impresión causada por este «juicioso folleto de un simpático amigo». A continuación el comentarista afirmó que la obra «puede considerarse como una taza de tila para los que se aterrorizan por las futuras consecuencias de la pasada convulsión racista», y ya en un plano de completo choteo, incompatible con el título de la sección, hizo saber que coincidía con Mustelier en el elogio a «las mulaticas» que este hacía en las últimas páginas de su libro y aseguró que a algunos camaradas suyos, «hombres de verdadera arrogancia», les tenía sin cuidado que se extinguieran los negros, pero se sentían muy preocupados de que se fueran a extinguir las negras (p. 2).

Ninguna de las reseñas antes mencionadas, como habrá podido observarse, manifestó alguna discrepancia con las atrevidas afirmaciones estampadas en La extinción del negro…, detalle muy llamativo que puede contribuir a comprender el grado de racismo que imperaba entonces en la sociedad blanca cubana y su desconfianza del negro como ente potencialmente peligroso. Esas convicciones segregacionistas se vieron reforzadas pocas semanas después de la aparición del folleto con la publicación en La Habana de Guerra de razas (negros contra blancos en Cuba), de los periodistas Rafael Conte y José M. Capmany. Los autores de este libro-reportaje de elocuente título, consideraron la sublevación de los Independientes de Color «un brote racista, una protesta armada de los negros contra los blancos, de los antiguos siervos contra los antiguos señores». Según la opinión de ambos, tras esa contienda «el profundo recelo de los blancos servirá de contrapeso al odio inextinguible de los negros», y seguidamente desembocaban en este fatalismo racial para Cuba: «Uno de los dos bandos tiene forzosamente que sucumbir o someterse: pretender que ambos convivan unidos por lazos de fraternal afecto, es pretender lo imposible» (p. 7).

La discriminación al negro, en sus más disímiles manifestaciones, continuó estando presente en la sociedad cubana durante largo tiempo y alcanzó una notable visibilidad en renglones como el acceso a puestos de trabajo en tiendas y comercios importantes, a cargos de responsabilidad, hoteles lujosos, sociedades de recreo y zonas residenciales. En cambio casi desconocidos resultan otros hechos muy significativos, también de esencia racista, ocurridos en aquel tiempo, como la constitución en 1928 del Ku Klux Klan en la ciudad de Camagüey. De acuerdo con nuestros cálculos, esa asociación quedó formada posiblemente en el mes de junio de aquel año y sus principales características quedaron expuestas en las declaraciones que hizo al corresponsal del diario habanero Excélsior en esa provincia la máxima figura del «Supremo Consejo de la K.K.K. Camagüeyana», el doctor Robert Bell Anderson.6 Según sus palabras, esta agrupación se hallaba hondamente inspirada en los principios fundamentales que rigen la organización similar norteamericana, lo cual para nosotros resulta muy revelador si tomamos en cuenta el proceder racista e incluso criminal del modelo que se tomaba. A continuación expresó: «La Piedra angular del K.K.K. / es/ el estímulo del patriotismo de buena ley, la solidaridad entre los cubanos», sin que precisara qué entendía por «patriotismo de buena ley». Los integrantes de esa asociación ratificaban su creencia en Dios y la práctica de sus doctrinas, se declaraban en contra de la alteración de las costumbres públicas, el desacato a las autoridades y el odio entre los semejantes. En sus filas solo eran admitidos hombres sanos de mente, limpios de corazón y con un pasado honorable. Para integrar la orden había que ser cubano de nacimiento y la única excepción la constituía precisamente el Emperador, Robert Bell Anderson, «por haber gestionado en los Estados Unidos de Norte-América, la licencia necesaria para utilizar el nombre y las doctrinas del Klan norteamericano». De acuerdo con sus declaraciones, residía en Cuba desde mayo de 1903 y aproximadamente en 1918 había establecido en la calle República, de la ciudad de Camagüey, un almacén, que aún seguía siendo de su propiedad. Decía además ser Maestro Masón, haber fundado dos logias oddfélicas e integrar la directiva de la entidad filantrópica La Casa del Pobre. Sus relaciones con la Iglesia Católica y con otras denominaciones religiosas establecidas en esa ciudad eran cordiales y entre sus objetivos inmediatos se hallaba escribir un libro sobre los patriotas independentistas cubanos para así rendirle homenaje a Martí, Maceo y Máximo Gómez. No tenemos noticias de que ese libro se haya publicado.

Cuatro días después, el 8 de septiembre de 1928, también en la primera página de este periódico apareció la noticia de que un grupo de vecinos de Jaruco acababa de fundar el Ku Klux Klan de esa localidad habanera. Los tentáculos de aquel engendro comenzaban a multiplicarse, pero casi de inmediato los agentes de la Secretaría de Gobernación iniciaron un profundo proceso investigativo sobre esta organización clandestina, pues ni siquiera había comenzado el trámite para ser inscrita oficialmente en el Registro de Asociaciones. El régimen represivo de Machado no estaba dispuesto a tolerar cualquier tipo de agrupación que estuviese al margen de la ley y fuera de la supervisión de las autoridades. Ante esta situación, semanas después el K.K.K. de Camagüey se autodisolvió y de seguro igual destino conoció su prolongación en Jaruco. La desarticulación de aquel proyecto racista, aunque Bell Anderson no declarara expresamente su odio al negro, constituyó una derrota para el ideario segregacionista, pero en modo alguno representó un paso de avance en el anhelo integracionista. »

 >>¿Quién fue Gustavo Enrique Mustelier?

De acuerdo con los datos que aportan los números de 1927 y de 1938 del Anuario Diplomático y Consular, publicado por la Secretaría de Estado de la República de Cuba, Gustavo Enrique Mustelier y Galán nació en la ciudad de Santiago de Cuba el 27 de diciembre de 1881; pero el investigador León Estrada en su diccionario Santiago Literario (2013), que ofrece abundante información y padece una estructura laberíntica, asegura que ese hecho sucedió el 27 de febrero de aquel año. Al margen de esa diferencia, en realidad poco relevante, podemos afirmar que formó parte de una familia numerosa que disfrutó de una posición económica aceptable y que integraron también sus hermanos Luis A. (1860-1921) y Manuel María (1878-1941). El primero fundó y dirigió la revista Arte, que se imprimió entre 1915 y 1921, aproximadamente. El segundo cultivó la poesía con modestos resultados y colaboró en diversas publicaciones periódicas.

Tras establecerse en La Habana en una fecha que no podemos precisar, Gustavo E. Mustelier se desempeñó como tenedor de libros y corresponsal comercial. Tras la llegada al poder del presidente José Miguel Gómez en 1908 ingresó en la Secretaría de Gobernación como censor de teatros. Convencido del carácter patriótico y cívico de su labor como funcionario, se opuso a que en las representaciones teatrales se afectaran las buenas costumbres, le puso freno a la pornografía y a las manifestaciones de los bajos instintos y defendió la moral. Cesó en estas tareas cuando en mayo de 1911 el gobierno suprimió la censura de los espectáculos en los teatros. Al año siguiente dio a conocer el libro ya antes comentado y en 1913, con el fin de ofrecer informaciones sobre su desempeño como funcionario y hacer comentarios acerca de las puestas en escena, publicó el folleto La censura teatral, que contó con un prólogo de Joaquín N. Aramburu, ya mencionado en líneas anteriores, figura sobresaliente de la masonería en Cuba y autor, entre otras obras, de La masonería y sus símbolos (1900). En sus palabras introductorias Aramburu consideró «el anterior libro de Mustelier, cívico y osado en días de agitación popular» (p. 5).

A continuación cursó estudios en el Seminario Diplomático y Consular y tras graduarse ingresó en el servicio exterior de Cuba, donde la presencia de negros era casi inexistente. Su carrera diplomática se inició en junio de 1914, cuando fue nombrado vicecónsul de la Legación en Río de Janeiro. Dos años después se hizo cargo del despacho del Consulado General en Veracruz, al poco tiempo pasó al Consulado General en Lisboa y en 1918, tras ser ascendido a Cónsul de 2ª Clase, fue destinado a la Legación en Kingston. Durante el curso 1920-1921 impartió docencia como profesor auxiliar en el Seminario Diplomático y Consular. Elevado a la categoría de Cónsul de 1ª Clase, a continuación fue enviado a Hawai, pero el 1º de julio de 1926 se le destinó a la ciudad de Batavia (más tarde Jakarta), situada en la isla de Java, perteneciente a las llamadas entonces Indias Orientales Holandesas y que hoy llevan el nombre de Archipiélago de Indonesia.

En la lejana ciudad de Batavia Mustelier coincidió con un joven diplomático chileno que ya había desempeñado sus labores en Rangún y en Ceilán y había obtenido cierta celebridad a partir de la publicación de sus primeros poemas: Pablo Neruda. Los dos hombres y la esposa del cubano posiblemente eran los únicos hispanohablantes en toda la isla de Java y de inmediato establecieron entre ellos una fluida comunicación y una estrecha amistad. En sus extensos diálogos Mustelier lo cautivó con sus descripciones de La Habana, de la vida en Cuba y de nuestras costumbres culinarias. Ocurrió así, en la distancia, un acercamiento del poeta a la realidad cubana. Años después, en el artículo que publicó en la página 6 del diario Hoy correspondiente al 30 de julio de 1950, bajo el  título «Recuerdos de La Habana», hizo la siguiente  evocación:

En Batavia, en Java, en largas conversaciones con un cubano, fue precisándose para mí la bella ciudad que todavía perdura en mi corazón. Fue un cubano llamado Gustavo Enrique Mustelier, quien me predicó la habanidad y me hizo hijo predilecto, aunque desconocido, de ella. Este Mustelier que, aunque con el pelo completamente blanco, debe vivir aún, enérgico y patriótico, en alguna casa llena de flores del Vedado, fue entonces, en el año 1930, con su bastón de cachas de marfil y sus camisas de gruesas rayas, en las que yo admiraba sus mancuernos y alfileres en forma de herradura, fue para mí, además de un admirable amigo, la imagen del elegante de La Habana, hombre de inagotable repertorio y de rigurosa conducta.

Y más adelante añadió:

Como no teníamos nadie más con quien hablar en nuestro idioma, con Mustelier recorrimos calles y casas y él me ilusionó con esas champolas de guanábana, que iban a ser realidad alguna vez para mí en la casa de Augier y la de Fernández de Castro. Como yo, hombre austral, era más callado que Mustelier, o mucho más callado, en cerca de dos años de compañía quedé yo mucho más ilustrado sobre los sabores y los cielos, el café y la política habanera de aquellos tiempos, de lo que él de mí supiera de mi país.

Largo tiempo después, en su libro de memorias Confieso que he vivido (Buenos Aires, 1974), Neruda volvió a recordar a Mustelier:

/En Batavia/ mi vida era bastante simple. Pronto conocí a otras personas amables. El cónsul cubano y su mujer fueron mis amigos obligados, unidos a mí por el idioma. El compatriota de Capablanca hablaba sin parar, como una máquina permanente. Oficialmente era el representante de Machado, el tirano de Cuba. Sin embargo, me contaba que las prendas de los presos políticos, relojes y anillos y a veces dientes de oro, aparecían en el vientre de los tiburones pescados en la bahía de La Habana. (pp. 148-149).

Para que se tenga una idea del grado de amistad que ambos hombres llegaron a establecer añadiremos que Neruda al contraer matrimonio en Batavia en diciembre de 1930 con la joven holandesa-malaya Maryka Antonieta Hagenaard Vogelzang, alta y hermosa, Mustelier firmó el acta notarial como testigo de la boda.7

El joven Pablo Neruda.

El joven Pablo Neruda.

Al año siguiente el poeta se marchó de Java y el funcionario cubano, recién nombrado Cónsul General, se mantuvo en ese puesto hasta 1935, cuando fue destinado a Belfast; pero a los pocos meses arribó a Tokío investido como Encargado de Negocios de Cuba. Su nivel jerárquico ascendió no mucho tiempo después, al recibir el nombramiento de Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario en Japón. Cesó en ese puesto cuando el gobierno le ordenó que regresara a La Habana para desempeñarse como Jefe del Despacho Privado del Secretario de Estado de Cuba, alto puesto que entonces ocupaba Juan J. Remos y Rubio, conocido ensayista, periodista, profesor y orador muy cercano al coronel Fulgencio Batista, quien en realidad llevaba las riendas de los destinos del país y usaba en la presidencia como figura decorativa a Federico Laredo Bru. No deja de llamarnos la atención que Remos y Mustelier eran santiagueros y el primero durante más de seis años había sido jefe de redacción de la revista Arte, que dirigió Luis A. Mustelier. Es posible que entre el Secretario de Estado y el autor de La extinción del negro…, además de vínculos de amistad, existiera una gran confianza para que este se desempeñara como responsable de su Despacho Privado.

En 1940 continuaba en ese puesto, ahora bajo las órdenes del ministro de Estado, José M. Cortina, y residía junto con su esposa e hijos en Alturas de Almendares, hoy Reparto Kohly. Por entonces ya ostentaba la Orden Nacional de Mérito Carlos Manuel de Céspedes con el grado de Gran Oficial y la Orden del Águila Azteca, otorgada por los Estados Unidos Mexicanos. También era miembro correspondiente de la Academia Hispano-Americana de Ciencias y Artes, de Cádiz. Otro de sus hermanos, Felipe, era en aquellos días jefe del Cuerpo de Taquígrafos de la Cámara de Representes de la República.

Invitado por la Dirección de Cultura del Ministerio de Educación, dependencia gubernamental que entonces dirigía el reconocido hispanista José María Chacón y Calvo, Neruda arribó a La Habana el 12 de marzo de 1942. En aquellos días su celebridad como poeta se había multiplicado y abarcaba todo el ámbito de la lengua española, en particular tras la publicación de sus libros de versos Residencia en la tierra (1935) y España en el corazón (1937). La estancia del poeta en Cuba se extendió hasta el siguiente día 17 de abril y durante ese período impartió conferencias en la sede de la Academia Nacional de Artes y Letras, leyó sus versos en el Palacio Municipal y a través de la radio, recibió varios homenajes y fue agasajado por numerosos escritores cubanos, entre ellos Juan Marinello, Nicolás Guillén y Félix Pita Rodríguez, con quienes había coincidido en España durante la Guerra Civil en defensa de la República, así como por Ángel Augier, Enrique Labrador Ruiz y José Antonio Fernández de Castro. Hasta donde conocemos, Mustelier y Neruda no se reencontraron, pero este no dejó de evocarlo. Afirma Augier que invitó a su hogar al poeta para que probara la famosa champola de guanábana y cuando por fin este la degustaba exclamó: «Justifico plenamente a mi amigo Mustelier por su gran nostalgia de la champola, que es un sensacional refresco tropical».8 ¿Conoció Neruda La extinción del negro…? Suponemos que no.

De acuerdo con el Directorio Social de La Habana de 1954, Mustelier permanecía en el mismo domicilio, ahora también acompañado de sus nietos, y no se recogía que ocupara cargo alguno, lo cual nos hace pensar que, ya con 73 años, disfrutaba de la jubilación. Según el Libro de Oro de la Sociedad Habanera de 1958 se mantenía en la misma situación y su hijo Luis E. Mustelier Cestero se desempeñaba como Director Comercial de la Cuban Telephone Company. En la siguiente edición de este Libro de Oro… permanecieron inalterables las informaciones correspondientes a su hijo, pero su nombre ya fue omitido. Esto nos lleva a suponer no que se hubiera marchado del país, sino que ya entonces había muerto.

De cualquier modo, no podemos dejar de preguntarnos qué habrá pasado por la mente de Gustavo Enrique Mustelier cuando llegó a la etapa final de su existencia: ¿habrá sentido remordimientos y se habrá arrepentido del racismo despiadado que pregonó en su libro de 1912?, ¿habrá sufrido gran frustración al comprobar que su vaticinio ni lejanamente se había cumplido?, ¿trató de cubrir con el autoengaño y el olvido las declaraciones discriminatorias e inhumanas de La extinción del negro…? Las respuestas a estas preguntas posiblemente se las llevó a la tumba.

» Colofón

No deja de resultar extraño el total menosprecio o la indiferencia que manifiestan hacia La extinción del negro… los estudiosos de la discriminación racial en Cuba, de la presencia del negro a lo largo de nuestra historia y de las manifestaciones entre nosotros del supremacismo blanco. Para solo citar unos ejemplos: en su monumental investigación Una nación para todos. Raza, desigualdad y política en Cuba. 1900-2000 (Madrid, 2000), de fundamental importancia, Alejandro de la Fuente califica al libro de Mustelier de «libelo racista» (p. 75) y solo en cuatro renglones anota dos o tres generalizaciones desacertadas dichas por este. Tomás Fernández Robaina, reconocido especialista en esta materia, fue más allá y en su estudio El negro en Cuba 1902-1958 (1994) ni siquiera le concedió un espacio en la Bibliografía y en el capítulo titulado «Los repertorios bibliográficos y los estudios de temas afrocubanos», perteneciente a su libro Crítica bibliográfica y sociedad (2011), tampoco anotó su existencia. Somos del criterio de que debemos recordarlo para al menos decir que ese texto es el libro más racista publicado en Cuba.

Notas:

1. Mustelier, Gustavo Enrique La extinción del negro; apuntes político sociales. La Habana, Imprenta de Rambla, Bouza y Cía, 1912, 65 pp.

2. «La Nota del Día». En El Día Año ii 390. La Habana, 28 de julio de 1912, p. 2.

3. Obras Completas de José Ingenieros. Volumen 5. Crónicas de viaje (1905-1906). Buenos Aires, Editorial L. J. Rosso, s/a. p. 192.

4. Esta carta fue reproducida bajo el título «Universidad Popular José Martí» en Diario de la Marina Año xciii 322. La Habana, 19 de noviembre de 1925, p. 2.

5. Carta de Jorge Mañach a la Universidad Popular José Martí. En Archivo Literario del Instituto de Literatura y Lingüística «José Antonio Portuondo Valdor». Fondo Jorge Mañach. CM Mañach Carp. 77 Nro. 1334.

6. «Declaraciones del mago de la K.K.K. de Camagüey». En Excélsior Año i 139. La Habana, 4 de septiembre de 1928, pp. 1 y 10.

7. Neruda, Pablo Epistolario viajero 1927-1973. Compilación, prólogo y notas de Abraham Quezada Vergara. Santiago de Chile, RIL Editores, 2004, p. 208. Véase también Neruda y su tiempo 1904-1949 de David Schidlowsky. Santiago de Chile, RIL Editores 2008, pp. 169 y 178.

8. Augier, Ángel Pablo Neruda en Cuba y Cuba en Pablo Neruda. La Habana, Ediciones Unión, 2005, p. 44.