AÑO 2018 Año 14, No. 3, 2018

Los días cubanos del novelista Ciro Alegría

por Jorge Domingo Cuadriello

Cuando Ciro Alegría arriba por primera vez a La Habana en febrero de 1953 cuenta con 43 años de edad y con un bien ganado prestigio a nivel continental como narrador. En 1935 había obtenido con la novela La serpiente de oro el primer premio en el concurso convocado por la Editorial Nascimento, de Santiago de Chile, y en 1941, con El mundo es ancho y ajeno, el máximo galardón del Concurso Latino Americano de Novela organizado por la Editorial Farrar & Reinhart, de Nueva York, que tuvo entre sus jurados al destacado escritor John Dos Passos. Ambas obras ya entonces habían conocido varias reediciones en distintos países hispanoamericanos y habían sido bien recibidas por la crítica y por los lectores. A su bibliografía se sumaban además otros títulos y a su labor intelectual el ejercicio del periodismo en importantes diarios del continente, así como de la docencia en universidades de los Estados Unidos y de Puerto Rico.
Ciro Alegría había nacido en una intrincada localidad de Huamachuco, en la sierra peruana, en el seno de una familia acomodada. El contacto directo con los indios, los criollos y los peones de la hacienda donde transcurrió su infancia y parte de su adolescencia le permitió conocer profundamente la historia, las costumbres, las leyendas y la idiosincrasia de los habitantes de aquella región del profundo Perú, conocimientos que luego le servirían para edificar sus novelas de ambiente rural. Cuando cursaba los primeros grados tuvo el privilegio de ser alumno del gran poeta César Vallejo, quien ya deslumbraba con sus primeros poemas, y cuando arribó a los estudios universitarios ingresó en la militancia política. Expulsado del centro de altos estudios, se afilió al APRA, organización que atrajo entonces a muchos intelectuales peruanos, y tomó parte en insurrecciones que perseguían transformar las anquilosadas estructuras económicas y realizar reformas que beneficiaran a los sectores más explotados, en especial a los campesinos e indígenas. Por estas actividades fue perseguido, sufrió prisión, estuvo a punto de ser fusilado y tuvo que trasladarse a Chile. A continuación le llegarían los lauros literarios. » Ciro Alegría en tierra cubana Llegó a Cuba invitado a tomar parte como ponente en el Congreso de Escritores Martianos, que se desarrolló en la sede de la Casa Continental de la Cultura —Casa de las Américas a partir de 1959— del 20 al 27 de febrero de 1953 para celebrar el centenario del natalicio de José Martí. Por un lado fue un evento de nivel académico relevante, avalado por la calidad de los textos y los discursos que se ofrecieron y la presencia de importantes intelectuales pertenecientes al ámbito de la lengua española; pero por otro constituyó un recurso propagandístico del régimen de Fulgencio Batista, que había llegado al poder el año anterior por medio de la fuerza y pisoteando la Constitución. Esto quedó demostrado cuando fueron incluidos en la Comisión Organizadora del congreso Andrés Rivero Agüero, Carlos Saladrigas, Justo Luis Pozo y del Puerto y Ramón Vasconcelos, entre otros altos funcionarios de la dictadura. Resulta significativo también que la sesión inaugural se celebró en el hemiciclo de la Cámara de Representantes en el Capitolio Nacional, cuerpo legislativo que había dado por bueno el cuartelazo de Batista.
No obstante el matiz oficialista del evento, algunos intelectuales y artistas de prestigio, quizás dispuestos a beber un purgativo con tal de rendirle un sonado homenaje internacional a Martí, aceptaron tomar parte en él. Entre ellos estuvieron el polígrafo Fernando Ortiz, el historiador Emilio Roig de Leuchsenring, el pensador Medardo Vitier, la escultora Rita Longa y el caricaturista David, así como los fervientes estudiosos de la vida y la obra de nuestro Héroe Nacional Manuel Isidro Méndez, Félix Lizaso y Manuel Pedro González. La relación de participantes extranjeros estuvo integrada, entre otros, por Gabriela Mistral (Chile), José Vasconcelos (México), Max Henríquez Ureña (República Dominicana), Roger Callois (Francia), Juana de Ibarbourou (Uruguay), Guillermo Díaz Plaja y Federico de Onís (España), Baldomero Sanín Cano (Colombia) y Mariano Picón Salas (Venezuela).
Llama la atención que dos de los más relevantes exégetas martianos, Jorge Mañach —autor de la biografía, aún no superada, Martí el Apóstol (1933)— y Juan Marinello —a quien le debemos el estudio Españolidad literaria de José Martí (1942)— ninguna relación tuvieron con este congreso. Por su rechazo al régimen batistiano o no fueron invitados o se abstuvieron de tomar parte en él.
Ciro Alegría leyó en una de las sesiones el trabajo titulado «El criollo ejemplar», dirigido a exaltar los valores éticos y patrióticos del más grande de todos los cubanos,1 y en el marco del evento conoció y trabó estrecha amistad con Gabriela Mistral. Por encima de la histórica y lamentable enemistad entre peruanos y chilenos, a los dos les unían no pocos elementos: el dolor por el sufrimiento de los indios sudamericanos, la cultura de la extensa región andina, el repudio a la hispanofilia que sublima todo lo español y menosprecia todo lo autóctono de la América aborigen.
Tras la clausura del congreso, que incluyó un almuerzo de despedida en el Restaurante París, de la Plaza de la Catedral, ofrecido por el PEN Club de Cuba, Ciro Alegría retornó a la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico, donde impartía clases. En el diario El Mundo, de San Juan, publicó algunos artícu los sobre el congreso en el que había participado; pero las desavenencias que mantenía con su esposa se acrecentaron y trajeron como resultado la ruptura del matrimonio. Entonces decide poner tierra de por medio. Cuba y el ambiente cubano han ganado sus simpatías; le pide a la Universidad una licencia de varios meses para dedicarse a escribir otra novela y en el siguiente mes de mayo arriba de nuevo a La Habana. Con el fin de entregarse a la creación literaria en un ambiente apacible y acogedor busca acomodo en la intrincada localidad de San José del Lago, Mayajigua, Las Villas. Allí escribe más de doscientas páginas de la novela Lázaro, que en un principio iba a tener por título Resurrección y salió impresa años más tarde. También escribe el largo relato «Duelo de caballeros», inspirado en una historia criminal que conoció durante su encarcelamiento, texto publicado en 1955 en La Habana en el volumen Miscelánea de Estudios dedicados a Fernando Ortiz.
Meses más tarde se establece en la capital y coincide de nuevo, en esta ocasión en la residencia de la poetisa Dulce María Loynaz, donde se encuentra hospedada, con Gabriela Mistral. Ambos renuevan un diálogo edificante por sus intereses comunes y en varias ocasiones se desplazan hacia las playas del este de La Habana para contemplar el mar. Entre la poetisa chilena y el narrador peruano se establece una comunicación maternal, de madre e hijo, pero también de maestra y discípulo. Entre ellos hay una diferencia de años, pero los une una identificación espiritual.
En los días iniciales de 1954 el entonces joven ensayista Salvador Bueno le hace una entrevista que apareció publicada en la revista Carteles. Los proyectos creadores del narrador peruano y las letras del continente americano, sin excluir la cubana, fueron algunos de los asuntos tratados. Ante la pregunta acerca de la situación del género de novela, Ciro Alegría declaró de ninguno de sus cultivadores había logrado crear verdaderos personajes, abogó por replantear el debatido enfrentamiento entre civilización y barbarie, y a la consulta «¿qué otros temas puede utilizar el novelista?», respondió con gran agudeza: «Existen muchos temas que todavía no han sido explotados. Pongo por caso el tema del caudillismo, tan peculiar a nuestras tierras. Claro, tenemos el Tirano Banderas, pero lo que debemos hacer es penetrar en las oscuras motivaciones que producen el fenómeno del caudillismo americano, tanto de derecha como de izquierda.»2 Es muy cierto que también pudo haber mencionado la novela del guatemalteco Miguel Ángel Asturias El señor Presidente (1946), pero debe reconocerse que su observación resultó, además de aguda, premonitoria: años después aparecieron publicadas tres obras sobre este tema pertenecientes a igual número de grandes escritores latinoamericanos: El recurso del método, de Alejo Carpentier, y Yo, el supremo, de Augusto Roa Bastos, ambas en 1974, así como El otoño del patriarca (1975), de Gabriel García Márquez.
Por aquel tiempo Ciro Alegría reside durante breves temporadas en el Ensanche del Vedado, en el reparto Lawton, en el Hotel Roosevelt, de San Miguel y Amistad, en el hotel de 8 y 19, Vedado, y recibe invitaciones de varias entidades culturales para dictar conferencias o charlas. En el Ateneo de La Habana imparte el 22 de mayo de 1954 la disertación titulada «Técnica de la novela, el personaje y el ambiente»; a continuación en el Liceo de Guanabacoa habla sobre «el problema indígena de la América Latina», y en el espacio radial educativo La Universidad del Aire ofrece cuatro intervenciones acerca de igual número de novelistas de su preferencia: «Sobre Knut Hamsun y su obra» (31 de julio), «Sobre La montaña mágica de Thomas Mann» (22 de septiembre), «Máximo Gorki: su personalidad y su obra» (9 de octubre) y «Sobre Sin novedad en el frente, de Remarque» (4 de diciembre). Por aquel tiempo colabora en el Diario de la Marina y en la revista Carteles y disfruta de un retiro de dos semanas en el balneario de San Miguel de los Baños, Matanzas, que tiene como propietario al generoso empresario y poeta palentino Manuel Abril Ochoa (Aftermarch) y a donde también acuden con frecuencia escritores como José María Chacón y Calvo, Ángel Lázaro, Mirtha García Vélez y Jerónimo García Gallego. En diciembre de aquel año firmó un contrato con el importante diario Alerta en el cual se comprometía a entregar un artículo semanal a cambio de 25 pesos, una elevada cantidad para la época. Así nació su sección, que tituló «Charla» y apareció cada lunes. Su primer trabajo vio la luz el día 26 de diciembre y lo dedicó al pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín, quien acababa de obtener el Gran Premio en la Tercera Bienal Hispanoamericana de Arte, celebrada en Barcelona.
En Alerta —que dirigía entonces Ramón Vasconcelos y en cuyas páginas colaboraban entonces importantes autores cubanos como Enrique Labrador Ruiz, Loló de la Torriente y Salvador Bueno— logró Ciro Alegría un espacio para abordar diversos temas: la obra de grandes narradores y poetas (Cervantes, Shakespeare, Whitman, Hemingway, Martí, Ezra Pound, Dostoievski), asuntos históricos (el supuesto origen judío de Cristóbal Colón, la proeza de los conquistadores españoles), asuntos culturales y sociales de nuestro país (el movimiento teatral, la situación del libro, el turismo, la campaña de alfabetización lanzada por el Bloque Cubano de Prensa, la afición por el baile) y problemáticas internacionales (la discriminación del negro en los Estados Unidos, la situación de Europa después de la guerra mundial). Como es de suponer, se abstuvo de comentar la situación política de Cuba debido a la censura establecida y a que ese diario respondía a la línea gubernamental. Como quedó en evidencia más tarde, Alerta pertenecía a la Compañía Inmobiliaria Ricar S.A., propiedad en secreto de Batista,3 aunque su director, Vasconcelos, uno de los individuos más camaleónicos de la política cubana de todos los tiempos, en algunas ocasiones le cediera espacio y voz a los opositores para tratar de estar bien con Dios y con el diablo y nadar entre dos aguas.
1956 fue para Ciro Alegría un año de intensa actividad profesional y social: en el mes de febrero visitó la localidad habanera de Santiago de las Vegas y conoció a los intelectuales agrupados en la sociedad cultural Más Luz, entre ellos el narrador Marcelo Salinas y el poeta Francisco Simón; en marzo retornó a la tribuna del Ateneo de La Habana, invitado por Chacón y Calvo para exponer su lección «Reflexiones de un novelista sobre el Quijote», y en abril dictó en el Lyceum y Lawn Tennis Club un ambicioso curso dirigido a explicar el arte de escribir novelas que recibió elogios de Adela Jaume desde el Diario de la Marina, de Rafael Marquina a través de su sección en Información «Vida Cultural» y de Salvador Bueno en las páginas de Alerta. Pocas semanas más tarde en el Círculo de Amigos de la Cultura Francesa disertó sobre la estancia de César Vallejo en París, ciudad donde falleció. También tenemos noticias no confirmadas de que a fines del mes de julio retomó el micrófono de La Universidad del Aire para abordar el tema «Cuba y los problemas del mundo».4 Días después, a principios de agosto, aceptó la oferta de la Escuela de Verano de la Universidad de Oriente de impartirle a sus alumnos el ciclo de conferencias «La novela y su técnica», y marchó a Santiago de Cuba.
Además de cumplir con este compromiso, no dejó de enviar sus colaboraciones semanales a Alerta. De modo colateral, ofreció algunos conversatorios en el Lyceum de Santiago de Cuba, en Baire y en Jiguaní, y visitó el santuario de la Virgen de la Caridad del Cobre y Palma Soriano. En uno de sus artículos elogió el ron de la capital de Oriente y afirmó categóricamente que «el ron de Santiago de Cuba es más ron». Esa alabanza fue muy bien recibida por los empresarios de la firma Bacardí, que encabezaba José (Pepín) Boch, hombre de negocios digno de respeto, y estos decidieron dirigirse a Ciro Alegría para hacerle un ofrecimiento muy bien retribuido: escribir la historia de esa empresa, que en aquellos momentos se acercaba al centenario de su constitución. En sus manos podrían los archivos de la firma y le brindarían además la posibilidad de viajar a Puerto Rico, Miami y a otros lugares donde contaban con filiales para que pudiera completar su investigación.
Aceptó de inmediato la encomienda, se comprometió a entregar los resultados de la investigación en el término de un año y, decidido entonces a permanecer durante un tiempo en Santiago de Cuba, buscó alojamiento en el modesto Hotel Rex, frente a la céntrica Plaza de Marte. Allí fue testigo presencial de un acontecimiento que lo conmovió: el alzamiento revolucionario del viernes 30 de noviembre, que provocó varios muertos y heridos. Unos días después insertó en su sección «Charla» estas impresiones personales bajo el título «Santiago de Cuba y los balazos»:
Los últimos días que ha vivido Santiago de Cuba, han sido una intermitencia de balazos y de quietud vigilante. Súbitas rachas, ráfagas, crepitaciones de tiros, seguidas de grandes espacios de silencio. Con las casas de comercio cerradas, con los taxis y autos particulares fuera de circulación, con pocos transeúntes o ninguno por las calles, la ciudad caía en momentos durante los cuales podía oírse el silencio.
Más adelante describe su experiencia personal en el hotel:
Cuadras allá, a muy pocas de mi hotel, hubo en la mañana del sábado un recio fuego. Tuvimos una buena audición de combate. Estampidos secos de los fusiles, trepidación medio musical de las ametralladoras, breve chasquido de las armas cortas. A veces, amenazante y a la vez aislada, cruzaba cerca y dejando su rastro zumbador, una bala… En las calles resonaban los motores de los «jeeps» y los camiones repletos de soldados. Llevaban los yelmos puestos y los fusiles prontos. Soldados y policías pasaban también a pie. En sus rostros ceñudos se reflejaba la emoción de la lucha. A los combatientes civiles era difícil verlos, a menos que se estuviese mezclado en el encuentro. Usando la táctica guerrillera, los civiles atacaban de pronto y desaparecían. De cuando en vez, como anunciando que alguien cayó, una ambulancia lanzaba su largo alarido…5
Ciro Alegría quedó solo en el hotel con otro huésped: un señor de avanzada edad. Hasta la cocinera se marchó y el conserje tuvo que encargarse de preparar los alimentos. Durante aquellos días no dejó de informarse acerca del desenvolvimiento de la ciudad para abordar el mismo tema en sus artículos posteriores. Y al ocurrir la manifestación de las madres santiagueras el 4 de enero de 1957, en protesta por el asesinato del niño William Soler y de dos adolescentes, publicó el siguiente día 10 «El saldo de la sangre», texto en el cual abogó por el cese de la violencia, el diálogo y la paz.
Cuando la ciudad vuelve a la calma retoma sus investigaciones, ahora con la ayuda de la joven maestra normalista Nydia Sarabia, quien años más tarde habrá de sobresalir como historiadora. Además de tomar notas y ordenar el archivo personal del narrador peruano, ella se encarga de mecanografiar los artículos que envía a Alerta. Por aquella época sufre de frecuentes crisis de bronquitis provocadas por su permanente adición al cigarro, y libra una constante batalla contra las editoriales piratas —como Diana, de México— que reimprimen las novelas de su autoría sin su consentimiento y sin pagarle un centavo por concepto de derechos de autor.
A principios de 1957 conoce a la joven poetisa santiaguera Dora Varona, que acaba de regresar de España, donde ha disfrutado de una beca de estudios concedida por el Instituto de Cultura Hispánica. Es bisnieta del pensador Enrique José Varona, cuenta con 26 años y ha publicado el libro de versos Rendija al alma (1952). Muy pronto una corriente de empatía fluye del narrador peruano, que ha cumplido 47 años, a la deslumbrada muchacha, y viceversa; los sentimientos se consolidan y en el siguiente mes de mayo contraen matrimonio. Seguidamente se establecen en la casa de campo de un hermano de Dora situada en el cercano poblado de San Vicente, a veinte minutos de recorrido en auto por la carretera de Santiago de Cuba a Guantánamo. El lugar es tranquilo, está rodeado de montañas y de vegetación y solo cuenta con alrededor de mil habitantes. Ciro Alegría creyó entonces que había llegado a un sitio ideal para continuar en paz su creación literaria y rehacer la vida matrimonial con su nueva esposa.
En el mes de noviembre recibe una invitación oficial para tomar parte en el Festival del Libro Peruano, que tendrá lugar en Lima. Desde hace más de veinte años ha estado ausente de su patria y siente deseos de volver a ella. Con gran emoción, el 4 de diciembre arriba a Perú acompañado de su esposa y es recibido con honores y muestras de admiración. Todos echan a un lado las discrepancias políticas, le reconocen sus méritos como escritor y lo invitan a dictar conferencias, ofrecer discursos, recibir homenajes. Logra reunirse con familiares, viejos amigos y compañeros de lucha; es reeditada su novela El mundo es ancho y ajeno y surge el proyecto de llevarla al cine. Muy satisfecho del viaje, en los primeros días de marzo de 1958 ya se encuentra de nuevo en San Vicente. Pero allí el ambiente se ha enrarecido; soldados del Ejército Rebelde incursionan por la zona y las tropas del ejército batistiano los persiguen. Por la carretera transitan los camiones militares con hombres bien armados, sobrevuelan las avionetas de reconocimiento, se escuchan disparos a lo lejos en el silencio de la noche y hay miedo en la población civil. Las circunstancias ya no son tan favorables; mas él continúa cumpliendo con sus compromisos y viaja con frecuencia a Santiago de Cuba para seguir adelante con sus labores investigativas y enviar a Alerta los artículos semanales que a veces, por los cortes de la electricidad, se ve obligado a escribir bajo la luz de una linterna. La muerte de su admirada Gabriela Mistral, ocurrida el año anterior, lo lleva a dedicarle varios trabajos.
» Ciro Alegría: testigo de la lucha insurreccional
Los enfrentamientos armados, lejos de disminuir, se acrecientan con el paso de los días. Los grupos de revolucionarios se han hecho más fuertes en las montañas y cada vez con más frecuencia y en mayor número se acercan a los poblados y hostigan los cuarteles y los camiones del ejército. Los sabotajes aumentan, los ómnibus de transporte colectivo son quemados, las líneas del tren inutilizadas; las gentes se refugian en sus casas y resulta temerario salir a las calles. El novelista peruano, que a partir de sus experiencias insurreccionales de juventud y del fracaso que estas habían tenido ante las fuerzas, muy superiores y bien pertrechadas, del ejército regular, hasta entonces había puesto en duda el triunfo revolucionario; pero la realidad que se le presenta ante los ojos lo hace volverse optimista.
El 4 de noviembre de 1958, día de su cumpleaños, Ciro Alegría presencia la toma de San Vicente por los rebeldes de la Columna 9 «Antonio Guiteras», que dirige el comandante Huber Matos. Como represalia, el alto mando militar envía varios aviones de bombardeo que dejan caer más de una docena de bombas sobre el poblado y durante más de una hora lanzan ráfagas de ametralladoras. Ante aquel ataque despiadado, se encamina con su esposa, que cuenta con ocho meses de gestación, y un grupo de vecinos integrado por cerca de doscientas personas, en su mayor parte mujeres y niños, a un estrecho refugio de solo 30 metros de largo, donde permanecen durante ese tiempo en cuclillas y aterrados.
Los rebeldes se ven obligados a replegarse y las unidades militares recuperan San Vicente, pero el día 14 un número aún mayor de revolucionarios vuelve a desalojar a las fuerzas gubernamentales y retomar el poblado. El pulso entre ambos contendientes no cesa y el día 18 se reinician los combates, en esta ocasión con alrededor de 500 soldados al servicio de un régimen que ya comenzaba a desmoronarse. Al derrotismo que de seguro en aquel momento sentirían vinieron a sumarse dos hechos alarmantes: los puentes de acceso a San Vicente habían sido destruidos y había que descartar la llegada de refuerzos.
En aquellos días el novelista entra en contacto con varios combatientes rebeldes e incluso entabla una incipiente amistad con el capitán Félix Duque. Acerca de este encuentro escribe:
…me causaron la mejor impresión esos sencillos y barbudos soldados, a los cuales la propaganda oficial les decía despectivamente «fidelocomunistas». Acusábaselos de saqueadores, incendiarios, asesinos. Vi que trataban con el mayor respeto a la población civil; en las bodegas pagaban lo que consumían y, pese al aspecto fiero que les daban sus barbas y sus luengos cabellos, carecían de ese aire de montería que es tan frecuente en los alzados. Eran más bien corteses y demostraban un gran entusiasmo, una segura satisfacción de formar parte del ejército rebelde.6
Y más adelante agrega: «Aquellos hombres rebeldes de la columna 9, no tenían ni una buena linterna con qué alumbrarse: Horas después, vi que tampoco tenían en qué dormir. Dimos prestada ropa de cama para que durmiera el comandante Huber Matos.»7

Ante el avanzado embarazo de su esposa y las circunstancias de guerra abierta imperantes en San Vicente, donde no existía un centro hospitalario ni un médico que se encargara de atender el parto, Ciro Alegría obtuvo del capitán Duque un salvoconducto que le permitió al matrimonio atravesar la zona dominada por los rebeldes y, no sin arriesgadas peripecias y caminar algunos trechos, llegar a un hospital de Santiago de Cuba, donde finalmente nació la criatura el 23 de diciembre, cuando ya el dictador estaba a punto de emprender la fuga al extranjero.
Al considerar detenidamente estas experiencias vividas por Ciro Alegría en los últimos meses de 1958 en una localidad rural santiaguera y establecer una comparación con las circunstancias individuales que entonces conocieron los escritores cubanos no podemos dejar de reconocer que solo a él le corresponde el mérito de haber visto ante sus ojos, de un modo muy directo, la lucha insurreccional contra Batista. Él presenció combates, estuvo expuesto a los bombardeos y los ametrallamientos de la aviación del régimen, vio cómo era agredida la población civil y mantuvo un contacto personal con soldados y oficiales rebeldes. En aquellos días los más importantes escritores cubanos residían en la capital —Enrique Labrador Ruiz, Lino Novás Calvo, Félix Pita Rodríguez, Ramón Ferreira— o se hallaban en el extranjero —Alejo Carpentier en Caracas, Enrique Serpa en París, Virgilio Piñera en Buenos Aires. Los jóvenes narradores que entonces comenzaban a despuntar, como Guillermo Cabrera Infante, Lisandro Otero y Edmundo Desnoes, también se hallaban afincados en La Habana. Y el santiaguero José Soler Puig, quien aún no había publicado su primer libro, según sus datos biográficos que hemos consultado se encontraba entonces trabajando en una fábrica de aceite de coco en Isla de Pinos. Más tarde se basó en las historias de violencia de la lucha clandestina en Santiago de Cuba para escribir la novela Bertillón 166 (1960). Solo a Ciro Alegría, paradójicamente un autor extranjero de renombre, se le puede adjudicar el mérito de haber establecido relaciones amistosas con los combatientes del Ejército Rebelde y de haber sido testigo presencial de los enfrentamientos armados que decidieron el triunfo de la Revolución y posteriormente inspiraron a algunos autores para sus obras de ficción.
» 1959, la partida de Cuba y el final A mediados de enero de 1959, cuando cesó la guerra y se restableció la normalidad en Santiago de Cuba, el matrimonio volvió a residir en San Vicente con la recién nacida. El novelista no ocultó entonces sus simpatías hacia el gobierno revolucionario y pudo expresar abiertamente la repulsión que sentía hacia el régimen depuesto. Hombre criado en un ambiente campesino, que había presenciado con indignación el sistema semiesclavista que padecían los hombres de campo de su región natal, manifestó en particular su respaldo a la Ley de Reforma Agraria, dirigida a liquidar el latifundio y a distribuir la tierra entre los que la trabajaban. Así lo manifestó en declaraciones que vieron la luz en el periódico Revolución del día 18 de abril.
Alerta, al igual que Tiempo en Cuba, Mañana, Pueblo y otros periódicos al servicio de la dictadura, cesaron de publicarse con la alborada del 1º de enero. Ciro Alegría concentró entonces sus principales esfuerzos en concluir la investigación sobre la firma Bacardí, interrumpida como consecuencia de la contienda. De forma simultánea participa en algunos actos culturales en Santiago de Cuba y en el suplemento cultural del diario Sierra Maestra, de esa ciudad, correspondiente al 4 de octubre, aparece publicado «Calixto Garmendia», fragmento de su novela aún inconclusa Resurrección. Con fecha del siguiente día 22 y desde su residencia en San Vicente le dirige una carta afectuosa al comandante Fidel Castro para exponerle sus ardientes deseos de escribir un libro sobre la Revolución cubana y solicitarle un encuentro personal para que le facilite informaciones necesarias y el indispensable apoyo oficial. En sus últimas líneas le expresa: «Esta carta resultaría interminable si le hablara de todas las cosas que tengo en mente en relación con la Revolución Cubana…» Nunca recibió respuesta.8
El 12 de enero de 1960 Ciro Alegría, su esposa y la hija de ambos viajaron a Lima. Su identificación con el proceso revolucionario cubano se mantenía inalterable, como lo demostró a través de «Victoria en Cuba», recuento de sus años en nuestro país y de la reciente historia política cubana que apareció publicado en Marcha, de Montevideo, el siguiente día 28 de octubre. En ese texto denunció los crímenes cometidos por los agentes de la dictadura de Batista entre la población indefensa, ante la imposibilidad de detener la ofensiva de las fuerzas revolucionarias. También alabó las medidas populares tomadas por los nuevos gobernantes, como la rebaja de los alquileres y la Reforma Agraria, exaltó la figura del comandante Fidel Castro y tachó de falsa y malintencionada la campaña política que acusaba de comunista al proceso transformador que se desarrollaba en Cuba. Al respecto declaró con énfasis:
La campaña que acusaba de comunista al gobierno revolucionario fue creciendo. Al principio era débil; comenzó simplemente porque los comunistas obtuvieron libertad, y eso causó malestar. Se pensó que los comunistas tenían demasiada libertad. Varias veces lo ha dicho Fidel Castro: «La Revolución Cubana no es roja sino verde olivo».
«La Revolución es tan cubana como nuestras palmas.» Y realmente eso es, cubana. Tiene elementos extraídos tanto de la ideología socialista como de la liberal. Tiene mucho de democracia y de socialismo.
Cuando dejé Cuba, el pueblo —con excepción de la clase alta— seguía respaldando en un 80% a la Revolución.9
En diciembre de 1960 Ciro Alegría le dirige a la firma de ron Bacardí, en Santiago de Cuba, ya terminada, la historia de esta empresa, a la que puso por título Cien años de vida constructiva. Con alrededor de un año de atraso, en gran medida como consecuencia de la desfavorable situación que padeció en ese período y el nacimiento de su hija, cumplía con el compromiso establecido; pero semanas después esa fábrica de ron y todos sus anexos, que incluía además una fábrica de cerveza, fueron intervenidos por el gobierno y pasaron a manos del Estado. Aún se desconoce el destino que corrió esa obra, que contaba con 350 páginas.10 Los primeros capítulos lograron ser conservados por Nydia Sarabia, quien los incluyó en su compilación mecanografiada y aún inédita Ciro Alegría en Cuba.
Una vez establecido en su patria y después de recibir nuevamente el reconocimiento de los círculos intelectuales, se entregó a dos ejercicios fundamentales: el periodismo y la política. Colaboró entonces en varias publicaciones limeñas sobre diversos temas culturales y sociales, y por su prestigio bien ganado como novelista fue elegido presidente de la Asociación Nacional de Escritores y Artistas y miembro de la Academia Peruana de la Lengua. También militó con ardor en el Partido Acción Popular, realizó intensas campañas de proselitismo por todo el país, dentro del marco de la llamada por algunos «democracia burguesa», y resultó electo Diputado por el Departamento de Lima. Su pensamiento ideológico se orientaba hacia un socialismo no radical, que llevara a cabo transformaciones sociales y económicas en beneficio de las clases desposeídas, pero sin desembocar en el sistema comunista que entonces proponían como fórmula única y salvadora las directrices procedentes de Moscú.
Estas convicciones de Ciro Alegría posiblemente expliquen su alejamiento de Cuba y del proceso revolucionario cubano a partir del rumbo comunista tomado por este en 1961. A diferencia de Octavio Paz, Ezequiel Martínez Estrada, Julio Cortázar, Mario Vargas Llosa y otros importantes escritores latinoamericanos, no se relacionó con la Casa de las Américas ni integró el jurado de sus concursos anuales ni colaboró en su revista homónima. Tampoco encontramos su firma en las cartas abiertas y en las declaraciones colectivas dadas a conocer por esta institución. Si bien no hemos hallado en sus escritos de ese tiempo un ataque directo al gobierno cubano, su actitud revela, como mínimo, un distanciamiento de este que contrasta con su identificación inicial.
En Lima nacieron además tres hijos suyos con Dora Varona; esta se encontraba con cinco meses de gestación cuando la salud de Ciro Alegría empeoró y se recrudecieron sus padecimientos pulmonares y cardíacos. La muerte le llegó el 17 de febrero de 1967 como consecuencia de un ataque fulminante al corazón. Como homenaje póstumo le fueron rendidos honores de Ministro de Estado. En Cuba cayó en el olvido su presencia entre nosotros, aunque su obra literaria fue incluida en los programas de estudio de la enseñanza superior y sus novelas La serpiente roja y El mundo es ancho y ajeno fueron reeditadas, esta última en 1972 con un enjundioso y académico prólogo del ensayista Raimundo Lazo que, al hacer un resumen biográfico del autor, despacha en diez líneas su estancia en la Isla, afirma erróneamente que se limitó a cuatro años, hasta 1957, y ni siquiera menciona que impartió clases en la Universidad de Oriente. Las presentes líneas intentan llenar vacíos como este, que limitan la trayectoria vital de Ciro Alegría.

Bibliografía Fundamental
aLegría, Ciro La Revolución Cubana. Un testimonio personal. Lima, Perú, Ediciones Peisa, 1973
sarabia, nydia Ciro Alegría en Cuba. Dos tomos mecanografiados que contienen una introducción de la compiladora, los textos de este autor publicados en Cuba y algunos comentarios acerca de él expresados por varios escritores. Se conservan en la Biblioteca del Instituto de Literatura y Lingüística «José Antonio Portuondo Valdor», de La Habana.
varona, dora Ciro Alegría, trayectoria y mensaje. Lima, Perú, Librería Editorial Minerva, 1972.
Notas:
1 Alegría, Ciro «El criollo ejemplar». En Memoria del Congreso de Escritores Martianos. La Habana, Publicaciones de la Comisión Nacional Organizadora de los Actos y Ediciones del Centenario y del Monumento de Martí, 1953, pp. 157-161.
2 Bueno, Salvador «Lo que me dijo Ciro Alegría». En Carteles Año 35 Nro. 5. La Habana, 31 de enero de 1954, p. 39. 3 Jiménez, Guillermo Los propietarios de Cuba 1958. La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 2007, p. 501.
4 En el documentado estudio de Norma Díaz Acosta Universidad del Aire (Conferencias y cursos) (2001) se informa que entre el 22 de enero de 1956 y el 7 de abril de 1957 este programa radial ofreció el curso «Problemas de la comunidad», pero no ofrece detalle alguno de este.
5 Alegría, Ciro «Santiago de Cuba y los balazos». En Alerta Año xxii Nro. 291. La Habana, 6 de diciembre de 1956, pp. 1 y 13.
6 Alegría, Ciro La Revolución Cubana. Un testimonio personal. Lima, Perú, Ediciones Peisa, 1973, pp. 61-62. A partir de este libro póstumo, y en particular de los capítulos «Un pueblecito en la Revolución», «San Vicente durante la ofensiva final» y «En las últimas etapas de la Revolución», cuyas fuentes no se consignan, hemos podido reconstruir los avatares del novelista y su esposa en aquellos días.
7 Ídem., pp. 64-65.
8 Ídem., pp. 32-33.
9 Ídem., pp. 81 y 83. Este artículo fue reproducido en Islas. Santa Clara, mayo-agosto de 1961.
10 Varona, Dora Ciro Alegría, trayectoria y mensaje. Lima, Perú, Librería Editorial Minerva, 1972, p. 56.