José de Arimatea no estuvo entre los apóstoles que Jesús escogió a la luz del día, ni seguramente se pronunció alguna vez en la plaza pública a favor de la Buena Nueva de la que era portador el Verbo hecho carne. Sin embargo, los Evangelios reconocen explícitamente que ese hombre –natural de Arimatea, un pueblo que, según se dice, se encontraba probablemente al noroeste de Jerusalén– le abrió su corazón y su conciencia al Maestro.