AÑO 2019 Año 15 Nro. 1-2, 2019

Alberto Lamar Schweyer: el show mediático de "La roca de Patmos"

por Adis Barrios

¿Qué es la existencia
sino una corta frase encerrada
entre las dos grandes interrogaciones
del nacimiento y de la muerte?
ALS, Los Contemporáneos

 

Hombre de paradojas que acude, entusiastamente, a la filosofía desde su juventud, Alberto Lamar Schweyer (Matanzas, 1902 – La Habana, 1942) resulta nota discordante y perturbadora para su tiempo y para el nuestro. Esto podría ser por su propósito compulsivo de instalarse en las esferas del Poder, quien también desconfía ante tantas contradicciones. Este autor desconcierta, pero su presencia en la historiografía literaria y en la Historia cubana es imprescindible.

En uno de sus artículos tempranos, publicado en la revista Chic en 1924, «El aspecto bifronte de la vida (una aclaración a mis críticos)», Lamar dedica una página de «autoanálisis», que define —¡asombrosamente para su edad!—, la cifra «casi» exacta de su orientación existencial. Dice Lamar:

He aquí una página que hace tiempo tenía grandes deseos de escribir. Es una página de autoanálisis,1 que (…) creo de absoluta necesidad para justificar esta vida mía, que teniendo para mí una absoluta rigidez filosófica, es para los demás —limitadas comprensiones— de una estupenda ausencia de sentido común.

(…) es harto probable que la burguesa apreciación de las cosas se niegue a darme la razón e insista en que mi arbitrariedad espiritual, más que hijos de un convencimiento filosófico, más que producto de una valoración intelectual, más que derivada de una especial adaptación del juicio, es consecuencia de una paradoja psíquica; y la paradoja ha sido siempre negación para aquellos que limitaron su horizonte espiritual y que llaman locos (…) a quienes no sientan o piensen como ellos.

(…) Los valores humanos son relativos y así se aprecian en estos tiempos en que hay completa fuga de absolutos en los horizontes de la filosofía. (…) De ahí que en la vida todas las cosas tengan un doble sentido que las hace ser al propio tiempo, risiblemente grotescas y crispantemente trágicas. (…)

Este es al menos mi concepto fundamental de la vida. La siento trascendental y doliente cuando escribo, mientras veo en ella una bufonada risible, cuando hablo. (…)

Reflexione el lector sobre el valor de mi filosofía humana y verá que la paradoja de mi vida no carece de sentido común.

Lamar Schweyer posee vasta obra en un estrecho paréntesis de vida: Los contemporáneos (Ensayos sobre literatura cubana del siglo) (1921), Las rutas paralelas (Crítica y filosofía), con prólogo de Enrique José Varona (1922), La palabra de Zarathustra (Federico Nietzsche y su influencia en el espíritu latino), con prólogo de Max Henríquez Ureña (1923), Biología de la democracia (Ensayo de sociología americana) (1927), La crisis del patriotis mo. Una teoría de las inmigraciones (1929), Cómo cayó el presidente Machado; una página oscura de la diplomacia norteamericana (1934) y Francia en la trinchera (1941); las novelas La roca de Patmos (1932) y Vendaval en los cañaverales (1937) y las Memoires de S.A.R. L’Infante Eulalia, recuento de la historia europea de entre siglos, que comprende el umbral de la segunda Guerra Mundial. Escritura de pretensión autobiográfica, en la que Lamar asume los rumbos del discurso, su orden y efectividad, con un trabajo minucioso para hilar y dar verosimilitud a los saltos memorísticos en el tiempo y al empaste de su voz y la de la Infanta de España. Es una obra encomiable, que pone a prueba su profesionalismo periodístico en el manejo del dato, dentro de la ficción y la Historia. Se publicó en París en 1935, con varias ediciones en los Estados Unidos, Inglaterra y España.

Lamar irrumpe a la vida pública desde el periodismo alrededor de 1918 y colabora en importantes diarios y revistas de la época: Heraldo de Cuba, El Sol, Social, Smart, Carteles, Cuba Contemporánea, El País, Diario de la Marina, El Mundo, La Discusión y La Lucha, entre otros. En ellos interviene con una amplia gama de asuntos, que van de lo insular y continental a lo universal, expresados en el artículo, la crónica, la reseña, donde el análisis filosófico —logrado o no— es fondeadero por antonomasia de comentarios y juicios enmarcados en el dejo ensayístico de su expresión. La condición ensayístico-filosófica es fundamento de su escritura en cualquiera de los géneros que dispone. El interés por el dato y la reflexión, la necesidad de polemizar con un tema, de penetrarlo en su noción histórica y en su dimensión humana, aun cuando para ello caiga en el simplismo y la «paradoja», esta última, nos atreveríamos a definirla, como elemento categorial de su cosmovisión, corroboran el posicionamiento de un sujeto altamente crítico e individualizado, sin fisuras en sus puntos de vista, estemos de acuerdo o no con ellos.

Lamar escribe sus juicios sobre literatura, filosofía y arte cuando apenas ha trascendido los 25 años y entre aciertos y desaciertos, exhibe una confortable erudición algo más que en ciernes. Está dentro de la línea ilustrada del pensamiento insular e iberoamericano, de ahí que sus referentes e intuiciones sean un sumario variado de materias: filosofía, sociología, arte, literatura y política. El calado de su pensamiento dialoga con Nietzsche, José Ingenieros, José Enrique Rodó y Enrique José Varona, los dos primeros con predilección.

El joven Lamar, de indudables inquietudes y dotes intelectuales, participó en la Protesta de los Trece el 18 de marzo de 1923 y firmó su Manifiesto, redactado por Rubén Martínez Villena, una vez concluido el alegato contra el latrocinio de la venta del Convento de Santa Clara, un negocio entre el presidente Zayas, su gabinete y el secretario de Justicia, Erasmo Regüeiferos. También aparece su nombre en el Acta de Constitución de la Falange de Acción Cubana, donde fue uno de sus vocales, en el Comité de Propaganda, entre otros eventos de la época. Concurre a los almuerzos sabáticos constituidos tras el fracaso del Movimiento de Veteranos y Patriotas y en donde los minoristas comparten con notables figuras de la esfera intelectual y de la Institución Hispanocubana de Cultura, creada por Fernando Ortiz en 1926. Jorge Mañach lo reseña en su artículo «Los minoristas sabáticos escuchan el gran Titta»:

No. No hay que admitir que sea un cenáculo —horror—. Forzando un poco el léxico, sería, a lo sumo, un almorzáculo: una ocasión de amplia y clara y ortodoxa sobremesa… Pero ello es que sabáticamente, esta fracción de Los Nuevos (de la mal llamada juventud intelectual, adjetivo con que se castiga el nuevo afán de comprensión) se reúne, como un ritual para el yantar meridiano. (…) Sin embargo, el despacho de Roig de Leuch senring —menudo jefe minorista— es el trivium en que nuestro grupo se da cita los sábados. Dan las once. Van llegando. (…) Rubén Martínez Villena, también supersolicitado por la Patria, es menos asiduo. Cuando aparece, todas las falanges digitales de la Falange de Acción Cubana le estrechan y le aplauden, y él se conmueve un poco y piensa en Alberto Lamar Schweyer. Martí (el Apóstol) y en Maxim (el cine), hasta que le hace sonreír la mera entrada de Alberto Lamar Schweyer, ese jocundo epígono de Nietzsche, absurdamente alto y con espejuelos de concha, como una ele alemana que lleva diéresis. (…)
¿Para qué se reúne esta muchachada genial? Claro está que no solamente para almorzar, sino que también para hacerse ilusiones de alta civilidad, y de paso, darle algún sabor espiritual a su vida.2

Los almuerzos sabáticos, además de homenajear la presencia de figuras notables de la intelectualidad insular, continental y europea, conformarán desde posturas diferentes la cohesión de una élite letrada que anudará el empeño de renovación estética con otros planteos de índole política y tendrá su radicalización conceptual en la Declaración del Grupo Minorista, en mayo de 1927. A los intereses artísticos se vincularán los sociales y políticos, extendidos al área continental.

El acontecimiento que coloca a Lamar Schweyer en un complejo recodo del campo intelectual fue la aparición de su libro Biología de la democracia (ensayo de sociología americana) (1927), que convocaba a un enfoque biologizante del cuerpo social y legitimaba la necesidad del «dictador». En este ensayo Lamar readecua la dinámica de la estructura de Poder y proclama el «mestizaje» como fatum para el desarrollo de la identidad americana. Alina Bárbara López, en un estudio imprescindible, explica:

(…) la historia de las ciencias nos demuestra ejemplos fehacientes de que a través del desarrollo de la humanidad una corriente de pensamiento conservador ha impulsado muchas veces una respuesta contraria a sus objetivos: la escolástica medieval condujo al pensamiento racional y humanista del renacimiento. También ha ocurrido lo inverso.
(…)
(…) esta fue etapa en la que se defendieron los principios de la democracia liberal sancionados por los constituyentes de 1901, pero que estaba destinada a dar paso —en la medida en que el sometimiento de los gobiernos al capital norteamericano y la penetración de este en la isla se fue haciendo cada vez más evidente— a una ruptura por la toma de posiciones entre los intelectuales, lo que perfilaría un pensamiento antimperialista de raíz marxista, la permanencia del antimperialismo de corte liberal positivista y un pensamiento profundamente conservador y reaccionario con la consiguiente interacción entre ellos. En este proceso de radicalización de la intelectualidad cubana tuvo una significativa contribución, quizás sin proponérselo siquiera, el matancero Alberto Lamar Schweyer.3

«El filósofo de la bancarrota del régimen representativo»,4 como lo denomina Jorge Núñez Vega en su texto «La fuga de Ariel», quema las barcas con este libro y da un espaldarazo teórico al régimen de Machado y a la prórroga de poderes, oportunidad que promulga el desideratum de un patrón intelectual, la intelligentia, como élite rectora, vigilante y reguladora del alcance de las prácticas del Poder del caudillo, «el gendarme necesario», esbozado por el venezolano Laureano Vallenilla Lanz (1870-1936) en su libro Cesarismo democrático.5 La Biología… ve la luz en un momento crítico que compromete al autor, ya sin subterfugios, en el centro de la ultraderecha conservadora. Los antecedentes de su posición tienen marca importante en el año 1923, en la columna «Con la camiseta negra», del periódico La Discusión, donde promovía las doctrinas del Fascio de Mussolini.6 Con esta postura, Lamar enrumba sus ideas hacia esa intelligentsia directriz, por una parte y al hombre de mano dura que debe tomar las riendas del país, por otra. Pero, el mito machadista que las esferas de poder controlaron a través de la propaganda mediática,7 había tocado fondo y, en definitiva, era el «Varón Egregio» el nudo gordiano a desatar dentro de un contexto social, político, diplomático y letrado que repudiaba los excesos del dictador, amén de la heterogeneidad de credos ideológicos, partidos y posturas estéticas. Sin dudas, Lamar con su libro hace saltar los goznes e impulsa, desde la negatividad, la andadura de un hecho histórico que le concierne a todos y que delimitará campos hacia nuevas perspectivas, estrategias y desajustes.8

En carta al periodista Ramón Vasconcelos de 4 de mayo de 1927, publicada en El País, el autor de la Biología… expresa su ruptura con el Grupo Minorista. El discípulo de Nietzsche, finalmente, se adscribe a una ultraderecha machadista, como dijimos, en una coyuntura en que el dictador se hace incómodo hasta para el gobierno de Washington:

Mi admirado compañero y amigo:

(…)

Usted no está de acuerdo conmigo sino en parte, más intelectual que políticamente. Sin embargo, usted ha sido más de una vez víctima de los males democráticos. Las terribles mayorías lo anularon. Usted hubiera debido ya no creer en ese régimen absurdo que se defiende con sutileza y con banalidades. (…)

Mi querido Vasconcelos: yo no soy minorista. Creo en las minorías de selección pero no en las sabáticas. Ya el minorismo no existe. Es un nombre y nada más. (…) Martínez Villena, Fernández de Castro, Tallet, Mañach, Serpa, igual que yo no se consideran ya minoristas. ¿Quiénes quedan? … Bien, queda Emilio (el costumbrista). Pero eso no es nada. (…) Ahora es un cenáculo de maledicencias vulgares —yo cultivo otro género de maledicencias— que Emilito aúna a su antojo y necesidad. Habla siempre en nombre de la minoría pero esa minoría ya no se encuentra en ninguna parte. Emilito es un souteneur del comunismo y del ingenio de los demás. (…) Marx decía yo no soy marxista. Yo, como él grito: no soy minorista.

En 1932 aparece La roca de Patmos, novela centrada en la élite social que lideró la belle epoque. No son los intensos y extensos frescos de Villaverde entretejiendo el mestizaje como raíz de la identidad cultural; tampoco el panorama citadino que con igual pincel realista y analítico buscara Miguel de Carrión en sus novelas, con preferencia, Las honradas y Las impuras; mucho menos las inigualables condensaciones de imágenes verbales, impresionistas y expresionistas de Ramón Meza, también descarnando a profundidad los umbrales sociales que saltarán la bisagra del xix al xx; Lamar Schweyer es un hombre de los medios, un periodista de meritorio oficio y sabe dónde está el hontanar de la información, qué llagas hurgar para que drenen el «efectismo», atrapen la sensibilidad del lector y no sea, además, una historia, exactamente, falsa. Lamar quiere hacer carrera y para ello nada como su personalidad controversial y su disposición de polemista. Su habilidad de hombre de la noticia y del Poder le permite estructurar un show en torno a La roca…, algo que pretenderá reeditar en 1937 con su segunda novela, Vendaval en los cañaverales, pero para entonces, había corrido mucha agua por el molino de la Historia y… de Alberto Lamar Schweyer.

La roca de Patmos echa a andar su teatralidad y revuelo. Una «sospechosa» causa por inmoral aparece el 1º de noviembre en las páginas de El País. Dice el repórter:

¿Es moral la vida?, pregunta su autor, quien asegura que muchas de las escenas que él describe en su libro se las contaron muchos niños de 15 a 20 años. El Juez Correccional resolverá sobre este caso. El experto de la Policía Nacional José A. Galarraga, hizo entrega ayer temprano a su jefe, teniente Juan Ramón Ramírez, de un informe en el cual denuncia que el libro La roca de Patmos, novela de reciente publicación de Alberto Lamar Schweyer, es una obra que atenta contra la moral y describe escenas demasiado vivas en la que hacen aparecer como protagonistas a jóvenes y señoritas de la sociedad habanera; pintándose a través de la obra, una vida social que dista mucho de ser la que llevan las familias decentes aun cuando el autor relata escenas que se han popularizado a través del comentario público.

El Juzgado

El Jefe de los expertos dio traslado de la denuncia al Juez Correccional de la Sección Tercera, a quien se acompaña un ejemplar de La roca de Patmos adquirida por el experto Galarraga. (…)

Dos días después, el 3 de noviembre, en la sección «La Nota de Hoy» de El País, el autor responde a las «acusaciones». El texto mantiene el dejo de una defensa, pero el énfasis en los tonos transgresivos se hace «sospechoso», más parece atraer —lo prohibido, lo que se pretende como tal— que negar. Veamos algunos fragmentos donde la negación, por medio de giros y palabras específicas, podría interpretarse como una incitación al lector. ¿Por qué justificar lo que está tan claro? La sección «La Nota de Hoy» era una columna fija de Lamar en El País, a cuyo consejo de redacción pertenecía. Al regresar de Europa, varios años después de la caída del presidente Machado, Lamar Schweyer recibe varios homenajes por su prestigiosa labor periodística y sus logrados éxitos en la ficción, especialmente, Vendaval en los cañaverales (1937) y Memorias de la Infanta Eulalia de Borbón (1935). Hasta el final de su vida fue director de la sección vespertina de El País, que cubrió con amplios titulares y fotos su onomástico, el 7 de agosto de 1942 y el 12 de este mismo mes, es decir, cinco días después, la noticia de su muerte. El Suplemento del Diario de la Marina9 plasma un sepelio multitudinario y El País10 transcribe la despedida de duelo, que estuvo a cargo del dirigente del gremio periodístico Lisandro Otero Masdeu. Después de esta digresión, leamos a Lamar en defensa de su novela:

En dos afirmaciones concretas ha basado el experto Galarraga su acusación de inmoral para mi libro La roca de Patmos. En una, señalando páginas específicas que en la novela se narran escenas más o menos droláticas, incitadoras al vicio en la inexperta juventud (…)

La primera afirmación del experto Galarraga, aunque quizás no exenta de verismo, es sin duda, extemporánea. Aceptemos que en algún capítulo la pluma haya ido demasiado lejos en las insinuaciones y dejado entrever episodios un poco fuertes. (…) Y téngase en cuenta que el periódico va a todas las manos y la novela no (…)

(…) el pecado de Mrs. Judd y sus amigas ha salido mucho más preciso, claro y comprensible a cualquier lector en las páginas cablegráficas de la prensa cubana, que el de las damas que en la garzoniere del protagonista de La roca de Patmos, pecan y se divierten.

¿Incitación al pecado? No se explica cómo el experto Galarraga la ha descubierto (…)

Si para llegar a ello ha sido preciso ser, alguna vez, un poco crudo, ello dista de ser inmoral y mucho menos pornográfico. La pornografía es un recurso demasiado gastado y una fórmula de éxito en extremo fácil, para cautivar a nadie que respete este tan poco respetado oficio de escribir.

El 17 de noviembre, El País publica el artículo de Jorge Mañach «La roca de Espasmos». El autor de Indagación del choteo ha captado el andamiaje mediático que sostiene la salida de la novela y con lenguaje filoso y mesurado recapitula las inflexiones de la personalidad de Lamar, su mordaz humor, el alcance de su crítica, más pintoresquista que dispuesta a la sólida reflexión y la ausencia de densidad dramática en la configuración de personajes y asunto. Pero no solo Mañach reseña el tufillo sensacionalista, sino lo increíble del proceso que abre el lanzamiento. En «La roca de Espasmos», leemos:

Parecía inevitable que Alberto Lamar Schweyer nos diera algún día una novela. Toda su obra literaria llevaba ese rumbo. Se inició con ensayos de crítica y continuó con ensayos de sociología. Pero su crítica era más descriptiva que discernidora, y su sociología abundaba más en las intenciones del novelista (y en sus imaginaciones) que en los análisis cabales y rigurosos del crítico social. El desborde de malicia imaginativa y verbal que todos le conocemos, la vocación periodística a que ha acabado de integrarse y hasta las tentaciones diplomáticas que le han rondado, eran también señales inequívocas de un gusto novelesco en él, de una codicia de las concreciones vitales, más bien que de las abstracciones intelectuales. Tras el repórter un poco apresurado y embrollado de las teorías, se veía venir a este repórter de vida. Y al fin apareció aquello.

Aquello se llama, ya con dejo sensacional, La roca de Patmos. Lo mismo se hubiera podido llamar, un poco más ingenuamente, La roca de Espasmos. Porque, en efecto, esta novela de 200 páginas es una pequeña orgía de sociedad, de sociedad en el sentido minúsculo y croniquil, pero al través de la cual se quiere ver también el estremecimiento final, la agonía de liquidación, de la sociedad más grande que es Cuba toda, y de aún mayor que el régimen burgués. Examinemos un poco estos emplazamientos, y los espasmos diversos que se nos convida presenciar. (…)

Esta acción —si se puede llamar acción— tan simple, está tomada tímidamente en torno a un

Jorge Mañach visto por el pintor Jorge Arche.

solo episodio central: un escándalo de sociedad. Y asistida por un coro de personajillos inferiores a Marcelo, por lo cual puede colegirse su medida. Gentuza bien, que se emborracha, toma morfina, le arranca el pellejo al prójimo, mantiene un código externo de convencionalismos y se entrega ocultamente a sus transgresiones. ¡Oh!, además hay un profesor elegante, Maret, que hace frases superficiales, aunque no sin ocasional agudeza. Y, desde luego, concurren también a la juerga novelesca muchas jóvenes que tienen las bocas, invariablemente, «como frutas en sazón», y los senos palpitantes.

No dirá Lamar que no le estoy haciendo el juego al experto de la denuncia. Artificialmente, se ha formulado contra la novela tacha de inmoralidad. Esa inmoralidad, por supuesto, no nos interesa. (…) La única inmoralidad que nos interesa es la verdadera; la de una actitud carente de ilusión y de criterio valorador frente a la vida, la de una actitud sin «moral» en el sentido casi militar de la palabra. En este sentido sí creo que La roca de Patmos es una novela tristemente inmoral. Es en efecto, la novela del derrotismo cubano.

El hecho de que la novela de Lamar suscite todas estas cosas, está diciendo la enjundia que esconde su frivolidad. Dentro de este cochk-tail hay algo más que una guinda roja de finalismo burgués. Hay una conciencia del sesgo dramático de nuestras vidas. Pero este sesgo no está en las representaciones de la novela misma. Está sugerido artificialmente, por alusiones de sociólogo, más bien que por penetraciones de novelista. Sus personajes no tienen dimensión personal, ni verdaderamente social. (…)

Todo el libro nos deja la impresión de una tarea rápida, hecha para gustar, con malicia de melopeas. Nos deja también la convicción de que con Lamar Schweyer ha hecho su irrupción escandalosa en nuestras letras un auténtico temperamento de novelista, que sólo necesitará calar más hondo y en área más extensa para darnos una versión más entrañable y duradera de nuestra angustia vital. La angustia, no de un pueblo corrompido, sino de guías corrompidos —que no es lo mismo.

Tras la voz de su personaje protagónico, Lamar publica el 22 de noviembre, «Carta abierta de Marcelo Pimentel a Jorge Mañach». Lamar lo acusa de poseer «conciencia de trascendencia», por lo que en estos términos sería muy difícil para él polemizar. Marcelo Pimentel-Lamar, con humor cáustico, pretende evaluar el pasado intelectual de Mañach: «(…) un descendiente de don Pedro de Pimentel, Correo Mayor de S.M. Carlos V, no debía intentar cruzar sus armas con un vanguardista investigador del “choteo”, lleno de afanes de profundidad y poseído de lo que el propio Maret califica de “morbo trascendental”» y agrega que «ha confundido lo oscuro con lo profundo» y de forma imperativa le reclama: «Póngase al nivel del público; de su público». Vuelve a dos tópicos que lo obseden, tratados en sus ensayos y en su libro clave, Biología de la democracia, el Poder y el análisis del cuerpo social:

«(…) ni ninguno de los que en mi vida han representado algo, tienen el drama interior que usted les presupone. Son gentecillas frívolas, que no piensan más que en divertirse, en bailar, en beber y en gozar. Ni siquiera por amor, sufren» (…) (…) En nuestro falso «gran mundo» se destacan como en ningún otro círculo de la sociedad cubana, los males que la corroen. Sociedad improvisada con elementos heterogéneos, por formación aluvional, sin raigambre patriótica, rápidamente enriquecida y por la riqueza llevada a una concepción sensual de la vida —la idea no es mía, sino de Rathenau— tiene que caer en los excesos que la llevan a la liquidación. Todo esto se podría haber dicho en un tono doctrinal, severo, analítico, plagado de citas y lleno de erudición. Pero no me gusta hablar en magíster. Aquello de que pertenezco «a una generación dramática, que llegó demasiado tarde para ser heroica y demasiado pronto para ser cívica» fue una escapada a los caminos de la política, de la que estoy arrepentido. Sin embargo, digo una verdad irrefutable. La generación a la que yo pertenezco, es la misma a la que pertenece usted y yo quiero que me diga amigo Mañach, qué «chance» hemos tenido. ¿Gobernar? Lo están haciendo todavía los que ganaron la Independencia. Y cuando ellos pasen, se harán cargo del gobierno los que vienen pisándonos los talones. Somos una generación «sándwich».

«El muñeco y su ventrílocuo» es la respuesta de Mañach, quien profundiza y comienza a desarticular un montaje que, como veremos, se le fue de las manos a su creador:

Abro antier el periódico y me encuentro que alguien se empeña en dar un espectáculo desde esta misma plana. El espectáculo se titula: «Carta abierta de Marcelo Pimentel a Jorge Mañach». ¿Quién es Marcelo Pimentel? Es un muñeco. Es el protagonista de esa novela que ha sido objeto ya de denuncia convencional, de varias fotografías con pie forzado, de dos portadas, del título de «sensacional» conferido por su propio autor y de varios juicios, aparte del correccional, entre ellos, no mío, sino razonado y bastante negativo. Pimentel es el muñeco más destacado de la novela. Yo dije, entre otras cosas, que era de aserrín por dentro. Y ahora resulta que el muñeco se pica como todo hombre, se anima inesperadamente y me dirige una carta abierta.

Esto parecía contradecir mi juicio. Un personaje literario capaz de salirse de sus páginas y endilgarme una apología de sí mismo, de sus blasones y de sus nueve generaciones, tiene que tener alguna vida y personalidad auténtica, cierto rango pirandeliano o unamunesco… Pero me acerco, sorprendido, y veo que no. Veo que el muñeco sigue siendo muñeco. Que el frac, el gesto, la palabra, tienen algo de ajeno y postizo, algo artificial. Y compruebo, en efecto, que no se trata de un mero espectáculo, y que el espectáculo no puede ser más divertido. Es un acto de ventriloquia. Detrás del muñeco está el autor y empresario, que tiene una probada habilidad para sacarse las palabras del vientre.

Una pregunta prepara el último asalto de Mañach: «¿Qué piensa entre tanto, el dómine Sr. Mañach, espectador increpado, juzgador juzgado, compañero acribillado de pequeños alfilerazos con su poquito de veneno?» —¿el vanguardista?— y, mientras tanto, deslinda lo que no es para él espectáculo: «(…) Hay quienes nacen para los espectáculos, y quienes, por el contrario, nunca podrán convencer de que la vida, la sociedad, la patria, las opiniones, sean pura farsa». Entonces, la réplica toma otro giro y va al centro del hombre, del periodista y del intelectual Lamar Schweyer, quien un año después, junto a Orestes Ferrara y Ramiro Guerra, perfilará los detalles y copiará a máquina la carta de renuncia de Gerardo Machado, acompañándolo en Palacio hasta su salida al extranjero, según narra en su libro Como cayó el presidente Machado; una página oscura de la diplomacia norteamericana (1934). Dice Mañach:

Este «trascendentalismo» mío —como tú llamas al prurito de escribir para decir algo sincero y de alguna sustancia— me defiende también bastante de caer en la crítica barata, en el croniquismo epidérmico, en saqueo de la opinión ajena y en las simulaciones de originalidad doctrinal. Mi tono poco jocundo me libra de profesar la maledicencia espaldera, amparándome de ese virus de la chacota, que llega a envenenar los espíritus hasta el punto de disolver sus ideales y poner sus ideas al servicio de los peores autoritarismos (…) Mi oscuridad —aunque sea sólo la de ese párrafo por ti citado en que se han tupido tus entendederas me permite decir, cuando otros están de rodillas o en los coros cortesanos, las insinuaciones de un civismo que todavía no he sabido cambiar en cinismo, y la fe en una patria que aún no me resigno a considerar perdida.

Esta inevitable trascendentalidad mía es la que me fortalece para pensar que si nuestra generación, por causas muy distintas de las que tú apuntas, no ha podido servir en la política a pesar de los esfuerzos que algunos como tú han hecho por conectar con sus círculos tradicionales, los escritores de nuestra generación debemos hacer siquiera el esfuerzo por ayudar a nuestro pueblo a recobrar su conciencia, hablándole de sus problemas, tratando de fijarle sus valores, estimulando su fe y su confianza en sí mismo y no haciéndole creer que sus vicios son sus normas y sus cloacas sus hogares. En fin, jocundo Lamar, todas estas modalidades mías que tu muñeco ha satirizado tan dócil y primariamente, se reducen a una sola característica, que yo voy a llamar a mi modo: dignidad. Entre las imposiciones de esta dignidad que padezco incluyo esta: la de que, cuando uno escribe un libro, y le pide a un compañero un juicio de este libro, y el compañero lo escribe sinceramente, con seriedad crítica, sin personalismo y teniendo, además, la deferencia de mostrarle a uno ese juicio antes de publicarlo, la dignidad recomienda no contestarle sino con la misma seriedad y con la misma lealtad que se nos dio en homenaje. Y nada más, excelente y querido ventrílocuo.

En «Serata d’ onore», de noviembre 26, Lamar queda constreñido a un tono casi ingenuo de choteo ante la figura de Mañach. Lamar acude a la burla fácil: «El señor Mañach es un pillastre» (…) y al anecdotario de pequeñeces que pretende ridiculizar con la risa, rebajar y desarmar, lo que no pudo ser enfrentado con juicios sólidos: «Pero, ahora, respetable público, voy a contar una anécdota del Dr. Gonzalo Maret, personaje que habla repetidamente en mi novela, pero que se calla muchas cosas. Una vez le dijeron al Dr. Maret que “Mañach era el Ortega y Gasset cubano” ¿Sabéis lo que respondió? Tomó un tono misterioso, aprestó una voz engolada y seria y declaró que aquello no era exacto. Y dijo: —Ortega y Gasset es el Mañach de España. Fue un terrible golpe de maledicencia de Maret contra el escritor español». El cierre de esta polémica, de este espectáculo, en las páginas del diario El País es la carta de Lamar, de 28 de noviembre, que Mañach reproduce. Mañach es parco, no necesita decir más. Ha revelado el montaje de un show mediático para promocionar la novela La roca de Patmos:

He recibido de Lamar Schweyer estas líneas, que le agradezco mucho:

Querido Jorge:

Si el público se empeña en que el espectáculo continúe y te pide salgas de nuevo a la escena, asegurándote que en mi último artículo la palabra «pillastre» tiene para ti un sentido que pueda interpretarse como referencia a tu corrección, te ruego que no le des el gusto. El diccionario y yo tenemos nuestras viejas diferencias, y doy a las palabras mi sentido y siempre dentro del tono en que escribo. Lamentaría que una vieja amistad, puesta al calor de una polémica literaria, pueda quebrarse porque a un señor se le ocurra torcer las frases. Te hago la aclaración porque mi ánimo jamás estuvo el decirte «pillastre» en el sentido lato de la palabra. Si ella se deslizó, excúsalo y recibe un abrazo cordial de tu afectísimo amigo y compañero.

Alberto Lamar Schweyer.

Esta polémica no representa ninguna novedad en el campo intelectual, mucho menos en Lamar Schweyer, quien ya estaba de vuelta de enconadas batallas, una de ellas, la que se suscitó en torno a Biología de la democracia, quizá su debut de mayor alcance, y en la que Mañach fuera importante antagonista:

He aquí lo que podemos llamar un libro de cuidado: un libro sobre cuya portada sería discreto poner: «No pase quien no haya hecho disciplina de serenidad.» (…)

Tal alud de comentarios hostiles se le ha venido encima, en periódicos y en coloquios, durante las últimas semanas, que apenas es menester decir que se trata de un libro notorio e importante. Su publicación ha dado pie incluso a la invectiva, suscitando hasta una disensión cenacular no exenta de visos dramáticos11 (…)

No desconozco las circunstancias de diverso orden que exacerban el juicio sobre el libro de Alberto Lamar. Durante los últimos años, el joven pensador de filiación nietzscheana fue un virulento fustigador de tiranos y tiranoides. Juan Vicente el de Venezuela, los Tinoco, Leguía, Primo y hasta el pobrecito doctor Zayas cuando se le subió el humo ejecutivo a la cabeza, le tuvieron en su lista negra. «Castigos» eran sus artículos, y El Sol su Guernesey. Y de súbito, sin apenas un peldaño de transición ideológica, el fiero paladín de la libertad se trueca en apologeta de las dictaduras. Aguarda, además, para ello, el momento más inoportuno; el momento en que amaga a nuestra propia democracia un gesto cesáreo…12

Es oportuno reconocer el despliegue crítico que, entre imposturas y meritorios juicios, se barajaba desde la prensa. El periódico, como señala el propio Lamar «va a todas las manos…» y es por eso la plataforma mediática por excelencia. Más allá o más acá de todo montaje promocional —plausible siempre—, la dinámica del campo intelectual y la Cultura en general, es decir, el alma de un país, salen vívidas y palpitantes de las páginas del diarismo decimonónico y republicano. Miguel de Marcos desde entonces le llamó «El arte y la ciencia de informar», su discurso de entrada a la Academia Nacional de Artes y Letras en 1938: «… literatura y periodismo no son términos inconciliables. En esta hora de un mundo convulso — de un mundo que titubea entre la cuna y el féretro—, ambos vocablos tienen un común denominador, ambos proceden de la misma miseria profunda».13

No estamos hablando del ejercicio de un contrapunteo prosaico y degenerativo, en definitiva, ocioso, sino del profesionalismo de alto calibre intelectual que vibra tras estos aparentes escarceos, su intención crítica y enjuiciadora y, sobre todo, el derecho a disentir en el escenario público de la sociedad, donde todos los niveles de lector se dan cita. Las figuras que se enfrentan en la polémica, Alberto Lamar Schweyer y Jorge Mañach, están fogueadas al calor de las prensas, pero no pierden la esencia de su valor primero, la ineludible responsabilidad con el saber y la exigencia erudita, que hace posible y creíble, precisamente, este enfrentamiento no solo por el sensacionalismo, sino porque ambos están dentro de la Historia, de la Literatura y de las historias.

Notas:

1. Las cursivas son de la autora. Cuando las hay y no son de la autora, aparece al lado de la palabra, /sic/.

2. Social, febrero, 1924. Tomado de Cairo, A. El Grupo Minorista y su tiempo. Editorial de Ciencias Sociales, Ciudad de La Habana, 1978 p. 56-57-58.

3. López, Alina «Moviendo la izquierda desde la derecha: el pensamiento conservador de Alberto Lamar Schweyer», Revista Artística y Literaria, Matanzas, año XI, No. 3, sept.-dic 2010 p. 10.

4. Núñez Vega, Jorge «La fuga de Ariel», en Encuentro de la Cultura Cubana, 24. Madrid, 2002, p.54.

5. Vallenilla Lanz, Laureano Cesarismo democrático. Estudios sobre las bases sociológicas de la constitución efectiva de Venezuela. Tipografía Universal, Caracas, 1919.

6. De un artículo de Lamar Schweyer, perteneciente a la sección «Resumen de la semana: El símbolo de la camiseta negra», La Discusión, La Habana, 7 de enero de 1923, copiamos este fragmento: «El fascismo no es, como muchos han pensado, un partido político. Es, si se quiere, un credo o una bandera de actuación política, mas excluye en su acción toda tendencia a imponer hombres “suyos”. Es la reacción sobre las falsas democracias de hoy, que sólo sirven de escalón que facilita el escalar puestos públicos a quienes no tienen capacidad para ello. Es la fuerza que se forma como resultante de la unión de grupos capacitados prestos a sacrificarse en todo sentido y a defender las instituciones nacionales contra toda corriente tendente a destruirlas.
«La democracia ha fracasado. Es una de las tantas mentiras que se ha inculcado a los pueblos. (…) El fascismo pretende que esa minoría sea no las que por triquiñuelas políticas alcanzaron votos, sino las que por su talento y capacidad pueden orientar los pueblos. Es tal vez una aristocracia, pero no de pergaminos, sino de libros. Lleva al poder no a los que heredaron títulos, sino a los que lo adquirieron por su talento. Es la aristocracia mental.»

7. En la página 182 de su libro, Cuba, país de poca memoria (México, 1944) Aldo Baroni afirmó: «(…) El señor Gerardo Machado y Morales fue un hombre que llegó a la presidencia en Cuba como llega el médico a la puerta de una casa donde hay un enfermo grave (…), acogido por la sonrisa de la esperanza. (…)
El general Gerardo Machado inició su presidencia precisamente en los años en que Mussolini empezaba a gozar de gran predicamento en el mundo.
Diplomáticos, turistas, periodistas, llegaban de Italia encantados por el hecho de que los italianos habían, por fin, encontrado a un gran hombre que sabía gobernar su natural, hasta entonces incurable indisciplina. Mussolini —maravilla nunca vista—, era, para los admiradores derechistas del Universo, el hombre que había logrado que los ferrocarriles italianos llegaran a su hora… Mussolini era el hombre que contrataba —en excelentes condiciones de garantía segura—, empréstitos con los banqueros de Wall Street para darle a Italia unas carreteras turísticas en las que sólo corrían los coches de los extranjeros y de los italianos ricos, como sobre pistas para carreras, sin interferencias de plebeyos camiones y de democráticas bicicletas… ¡Viva Mussolini!, gritaban los diplomáticos y los turistas de altura, cuando llegaban a vaciar sus impresiones en los carnets de los reporteros que los esperaban en los andenes (…) El pobre Machado quiso imitar a Mussolini… Dada la época, era casi inevitable.
Realizó obras públicas importantes, algunas de ellas inútiles, pero muy fastuosas; otras de gran utilidad; disciplinó a los cubanos —esos italianos de América, simpáticos, abiertos, manirrotos, cuando tienen con qué, amigos del canto, del buen humor, de la anarquía—, adecentó la burocracia —ya nadie hacía negocios irregulares en Cuba, con la natural excepción de Machado— y recibía dinero y aplausos de Wall Street, aplausos y dinero que iban a engrosar la cuenta por concepto de deuda extranjera que pesa sobre los hombros de los contribuyentes antillanos desde el mismo día de su independencia y que ha ido aumentando, aumentando, aumentando…

8. «Moviendo la izquierda desde la derecha: el pensamiento conservador de Alberto Lamar Schweyer», ob. cit.

9. Suplemento del Diario de la Marina. La Habana, 14 de agosto de 1942.

10. «Fue un alto homenaje póstumo a Lamar Schweyer, el triste acto del sepelio», El País, Habana, 14 de agosto de 1942.

11. Debe referirse a lo que explica 1927, en el número 5, de mayo 15, en la sección Directrices, donde hace públicas las cartas de Emilio Roig (mayo 5, 1927) y Alberto Lamar Schweyer, sobre lo que llaman «Un incidente personal». El primero pide «una retractación pública de sus palabras o una reparación por las armas» y el segundo, con cierto tufillo de irónica comicidad, responde:

Habana, mayo 6 de 1927

Sres. Octavio Seigle y Ruy de Lugo Viña Mis estimados amigos:

Habiendo recibido la visita de ustedes en representación del Dr Emilio Roig, que demandaba de mi una explicación de las frases —en su sentir ofensivas— que contiene la carta que, con fecha de 4 de este mes dirigí a nuestro amigo el Sr. Ramón Vasconcelos, me es muy grato manifestarles que en ningún sentido ha sido un propósito ofender personalmente al Dr. Roig, que durante años ha estado unido a mi por lazos de compañerismo y amistad y me merece las mayores consideraciones en el orden de las relaciones caballerescas.

De ustedes afectísimo amigo

Alberto Lamar Schweyer

12. Mañach, Jorge: «Glosas: Invectiva y Estimativa». En El País, 6 de mayo de 1927, p. 3

13. Marcos, Miguel de: El arte y la ciencia de informar La Habana, Molina y Compañía, 1938.