AÑO 2019 Año 15 Nro. 1-2, 2019

Acercamiento a la novelística de Antonio Álvarez Gil

por Vitalina Alfonso

Uno de los temas recurrentes de los estudios antropológicos contemporáneos es el nomadismo del individuo que ha impuesto el paisaje global. Ello no lo hace ni mejor ni peor que sus antecesores, solo más errante y cosmopolita; más plural y diverso. Y si se trata de un escritor o un artista el que ha elegido de manera definitiva un sitio de residencia, bien ajeno a su terruño, y escribe en una lengua que no coincide con la de ese lugar en el que se ha establecido, su poética experimenta una perceptible variabilidad en temas y perspectivas en relación con su producción anterior.

Las referencias identitarias del narrador cubano Antonio Álvarez Gil (Melena del Sur, 1947), así como sus conexiones espirituales con los distintos espacios por los que ha transitado a lo largo de ya tantos años de su salida de Cuba, son justificadamente bastante movedizas. En la Isla vieron la luz sus primeros libros de cuentos, pero toda su obra novelística ha sido publicada en el extranjero, pues él formó parte de ese gran éxodo de escritores y artistas ocurrido en los años 90, cuando salieron casi en estampida ante la hecatombe económica e ideológica que estremeció para siempre los cimientos supuestamente inquebrantables.

Muchos y diversos en culturas, climas e idiosincrasias resultaron ser los territorios a donde fue a parar una considerable cantidad de emigrantes cubanos. La masiva salida en balsas del año 1994 nuevamente le concedió la prioridad a los Estados Unidos como lugar de destino, pero, al mismo tiempo, por primera vez a lo largo de toda la historia de éxodos que nos ha marcado, países como México, Chile y Colombia, por solo citar algunos, acogieron cifras mayores de las acostumbradas de intelectuales cubanos que decidieron probar fortuna sin renunciar a sus profesiones. A Europa también marcharon muchos y, obviamente, España fue el escenario de mayor representatividad, pero tal fue la dispersión que hasta a tierras de casi perpetuo invierno llegaron los cálidos cubanos, entre ellas Suecia, y allá fue a dar Álvarez Gil con su familia. Durante veinte años residió allí,1 donde obtuvo varias becas de creación literaria otorgadas por la Asociación de Escritores de Suecia, lo cual propició, al menos por un tiempo —tenacidad escritural mediante, por supuesto—, la tan prolífica obra novelística de este autor cubano: diez títulos, y todos, indistintamente, premiados o primeros finalistas en concursos literarios españoles. Aunque en menor cantidad Álvarez no ha dejado, además, de escribir y publicar cuentos, género en el cual se dio a conocer en Cuba en 1983 al obtener el Premio David con el volumen Una muchacha en el andén, publicado tres años después por Ediciones Unión. A este le seguirían, por esta misma editorial, Unos y otros (1990) y Del tiempo y las cosas (1993). Ya estando fuera de la Isla, justo su primer libro publicado también fue una recopilación de cuentos, traducidos al sueco y escritos en su mayoría antes de emigrar. Un año después de esa traducción de 1997 vio la luz la edición en español bajo el título de Fin del capítulo ruso, y en el año 2004 otro libro de relatos, Nunca es tarde, fue galardonado con el Premio Internacional de Narrativa Corta Generación del 27, de España; pero, sin dudas, es la novela el género que más distingue su obra.

A excepción de su última novela publicada hasta el presente, en la cual nos detendremos al final de este estudio, directa o indirectamente Álvarez Gil nunca ha dejado de referenciar mediante tramas y/o personajes a su país natal. Así, en Las largas horas de la noche (2000) y Perdido en Buenos Aires (2010), aunque los escenarios novelescos son Guatemala y la Argentina, los protagonistas de ambas obras son nada más y nada menos que José Martí y José Raúl Capablanca, respectivamente. De la vida del primero elige la controversial y breve etapa en que conoce e intima con la familia García Granados, durante su estancia en el país centroamericano de 1877 a 1878. Mediante un narrador en segunda persona —que alterna con el clásico omnisciente en tercera— Álvarez Gil novela sobre las acciones y los sentimientos más íntimos del Apóstol en el terreno de sus amores. Los lectores, mediante ese narrador en segunda, nos volvemos espectadores cómplices de la supuesta atracción física y espiritual que le transmitió María Granados a Martí; de la fuerte carnalidad existen te entre él y su esposa Carmen Zayas Bazán y, por si fuera poco, de su sentimiento de culpabilidad ante la muerte prematura de la joven guatemalteca. Tras la recreación de esos pasajes hay un convincente panorama cultural y político en que se mueven los personajes, con Martí y su ideología patriótica como subtexto, lo cual da fe de la exhaustiva labor de investigación histórica de Álvarez Gil antes de concebir los argumentos. He aquí un pasaje en que se construye un diálogo muy posible entre el poeta cubano José Joaquín Palma, residente en Guatemala, y Martí:

Después de sortear la plaza de San Sebastián, notas que los edificios comienzan a escasear, y casi sin darse cuenta, se hallan en el campo abierto, bajando con el camino de San Pedro hacia un valle tan verde y hermoso, que te preguntas cómo no lo habías notado nunca antes. «Es que esto va quedando a un costado», te explica Palma aquí a tu lado, y entonces sigues con la vista la indicación de su mano y distingues, abajo y sorprendentemente cerca, el verdor de los ciruelos que dan nombre a estos potreros. Palma se saca el sombrero feniano y, sin dejar de caminar, te pregunta cómo va el folleto sobre Guatemala. «Lo estoy escribiendo a vuela pluma —le contestas enjugándote el sudor de la frente—, precisamente pienso dedicar un capítulo a esta feria.» «Buena idea», conviene tu amigo, y entonces eres tú quien te interesas por su obra. «Sigo escribiendo versos, cantándole a Cuba.» «Sabe —le dices—, he vibrado de emoción leyendo el poema dedicado al 10 de Octubre; sobre todo cuando habla de Céspedes alcanza notas tan elevadas, que es como si pusiera un laurel sobre su frente.» «Esa, precisamente fue mi intención.» «Se ve que lo quiso mucho.» «Era el hombre más noble que conocí jamás.» Le dices que el haber sido el ayudante de Céspedes es algo de lo que sin duda podrá enorgullecerse toda la vida, que aun cuando no hubiera escrito poesía tan hermosa como es la suya, ni cantado a Cuba como la ha cantado, incluso si no fuera el autor de la letra del himno de este país, ya habría hecho bastante. «Todas esas glorias, con ser grandes, no son comparables al servicio prestado a la Patria», terminas diciéndole, y al mirarle a los ojos notas que la emoción se los ha puesto húmedos. «Me halaga demasiado —protesta—; de todos modos, son cosas pasadas. Ahora sólo escribo versos.» «¿Y no piensa compilarlos?», te interesas. «No sé, no he pensado en eso.» «Pues mire, no pierda tiempo, y me los presta, que quisiera tener el placer de leerlos».2

Diez años más tarde el ambiente nocturno bonaerense de finales de los años 20 del siglo pasado es el que se erige como telón de fondo —y casi coprotagónico— de esa otra novela mencionada, cuyo contexto epocal es el gran torneo entre Capablanca y Alexander Alekhine, en el cual el gran campeón mundial pierde inesperadamente su invicta corona. La urdimbre tan bien tejida por el autor de Perdido en Buenos Aires, entre los hechos reales que envolvieron la estancia de Capablanca en la ciudad y las distintas subtramas recreadas, provoca que al cierre de la novela el lector pueda llegar a centrar en la atractiva bohemia nocturna que absorbió y cautivó al cubano, la principal causa de su derrota, y no al talento y la sagacidad desplegados por Alekhine.

A pesar de los once años de diferencia entre la publicación de Delirio nórdico (2004) y Annika desnuda (2015), otras dos novelas de Álvarez, puede trazarse, sin embargo, una especie de hilo conductor entre ellas. Ese hilo parte de una madeja que alude a cómo han portado y portan los cubanos sus identidades dentro de esa especie de maleta imaginaria que arrastran de un sitio a otro atravesando los mares. De tal suerte, los avatares de Ernesto y Carlos, protagonistas de Delirio… y de Anikka…, respectivamente, ejemplifican las diferentes caras de las vicisitudes, incomprensiones y rechazos del emigrante cubano, sobre todo cuando elige para su asentamiento tierras con una cultura y unas costumbres bien distantes de su idiosincrasia y maneras. Tras el sueño de una vida mejor, Ernesto integra las filas de los cientos de cubanos que buscaron asilo en Suecia en los años 90, amparados por la promesa de que como refugiados políticos la legalización de sus residencias sería muy viable. Más allá de ciertos pasajes e incidencias humorísticas en que Antonio Álvarez Gil envuelve a los distintos personajes de Delirio nórdico, el drama central de la novela es la frustración, tanto de Ernesto como de la mayoría de sus compatriotas refugiados, ante la especie de limbo legal en que permanecen por un tiempo indefinido, lo cual los convierte en seres fantasmagóricos y sin respaldo social. El miedo a la deportación hacia Cuba, sumado al enigma que a un tiempo les resulta —como en determinado pasaje refiere Ernesto— tanto las leyes, el idioma, como en general la vida en Suecia, llevan al traste los «sueños suecos» de muchos, y optan entonces, según las mínimas posibilidades de cada cual, por seguir atravesando territorios hasta llegar a alguno que los acoja.

Carlos, protagonista de Annika desnuda, ha tenido mejor suerte. Antes de marcharse de Cuba había estudiado pintura en la Academia San Alejandro, y en Suecia ha logrado dedicarse a su carrera con éxito, al igual que a la docencia, que lo conduce, mediante entrecruzamientos de la trama, a Annika, una joven sueca también pintora. Pero pese a la fuerte atracción física que existe entre los dos, y cierta solidez en el transcurso de la relación, luego de un incidente crucial la muchacha marca un distanciamiento que le demuestra a Carlos cuán diferentes son sus comportamientos sociales y cómo su etnicidad va creando un abismo en la pareja. Casi al final de la novela se entablan discusiones entre ambos personajes que transmiten, incluso, una incomunicación afectiva acentuada por la no comunidad idiomática. Transcribo un pequeño fragmento:

—Carlos —me espetó como saludo, en un primer arranque de ira—, eres un cerdo. Confieso que su insulto me dejó sin palabras. Al principio creí que no había entendido la frase. A fin de cuentas, el sueco no es mi idioma natal y siempre se puede uno quedar al margen del sentido real de las cosas.

—¿Qué dices? —pregunté cándidamente—. No te he entendido bien. ¿Podrías repetírmelo más despacio?

Antes de hacerlo, soltó una risita irónica.

—Por supuesto. Te acabo de decir que eres un cerdo. Un cer-do, a pig, en inglés, si lo prefieres. Te lo repetiría en español; pero no sé cómo se dice, ni creo tampoco que me interesará jamás saberlo. Al oír sus palabras, sentí una ola de vapor que me subía por las venas del cuello […].

***

[…] Entonces rememoré la escena y me di cuenta de que mi frase de despedida, es decir, «vete al carajo» se la había dicho en español. Sería, me dije ahora, con la cabeza más fría, que cuando me ofuscaba se me olvidaba el sueco, o tal vez que las ofensas de ese tipo se piensan y se dicen inconscientemente en la lengua materna, aparte de que, seguro, se disfrutan más.3

Insertado en el mercado del libro en lengua hispana, a lo cual han contribuido galardones recibidos en varios certámenes entre el año 2002 y 2016, Antonio Álvarez Gil ha publicado cuatro novelas4 que se asemejan entre sí, al margen del contexto espacial común: descansan sus argumentos, a grandes rasgos comparatísticos, en los avatares de la sobrevivencia en Cuba y en la herida que nunca cierra, ocasionada por la emigración, tanto para los que se marchan como para los que optan por permanecer, alejados de sus seres más queridos. La impronta del choteo como recurso paliativo ante las vicisitudes cotidianas y la ya tan manida singularidad otorgada a la proyección social del cubano, son también ciertos motivos re currentes.

Con una primera edición por la editorial Terranova, de Puerto Rico, en el año 2012, y una segunda cuatro años más tarde, por la española Verbum, Callejones de Arbat es curiosamente de las pocas obras de este autor que no ha alcanzado ningún galardón, aunque desconozco si fue enviada a algún certamen. Sin embargo, la considero no solo una de las más ambiciosas obras de su desarrollo narrativo, sino también de las más logradas artísticamente. Por mucho que los lectores no conozcan o traten de distanciarse de los datos autobiográficos de Álvarez Gil se hace difícil no establecer por momentos algunos paralelismos entre los destinos de este y de su protagonista, quien se llama Mario, es un escritor y periodista cubano que labora en una organización internacional de la antigua URSS como funcionario de la Isla, está casado con una rusa con quien ha creado una familia y justo en la época de la perestroika opta por no regresar a Cuba. Además del triángulo amoroso en que está encerrado Mario, argumento central de Callejones de Arbat, Álvarez Gil logra con maestría narrativa entrecruzar dos metatextos que sostienen y dialogan a un tiempo tanto con los distintos personajes como con el lector: la novela El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov, y pasajes de las represiones contra la vida y la obra de autores como Anna Ajmátova, Marina Tsvetáyeva, Boris Pasternak e Isaac Babel, entre otros, llevadas a cabo por el régimen estalinista y de las cuales también fue víctima Bulgákov. Para lograr este entrecruzamiento intertextual el narrador cubano concibe un argumento que a grandes rasgos puede resumirse así: Dolores, la amante de Mario, es actriz y se prepara para interpretar una versión teatral de la novela de Bulgávok. En aras de enriquecer su interpretación, recorre con Mario los espacios moscovitas recreados en el texto y él, junto a Dolores, a manera de flash back, va identificando los mismos entornos histórico-sociales en que vivieron y padecieron importantes escritores de la literatura rusa de la primera mitad del siglo xx. A ellos ha llegado a instancias del padre de la actriz, un exiliado español y traductor, amigo de la Ajmátova y de la hija de Marina Tsvetáyeva y quien le ha confiado un conjunto de apuntes que develan a Mario las similitudes de comportamientos hacia los intelectuales en cuanto a la ausencia de libertad creadora en todo sistema socialista, en cualquier período de tiempo y aun en países situados en hemisferios bien distantes entre sí. Justo al final de la novela, cuando ya el propio Mario es otra víctima de la censura, al conocerse la investigación ensayística que ha culminado sobre los mencionados escritores, al igual que a aquellos la vida lo sitúa en una triste encrucijada: defender su libertad de creación y tomar una decisión drástica, o sumisamente obedecer. Cito un breve fragmento a continuación de haber sido llamado a la oficina del «Consejero», quien no es otro que el agente de la Seguridad cubana que atiende la organización en la cual labora:

Yo me debatía entre el miedo, el sentido de la dignidad ultrajada y el sentido común, sin saber qué contraponer a las palabras de mi interlocutor. Él, por su parte, parecía haberlo dicho todo, y estuvo unos instantes esperando conocer mi reacción. Yo volví a elegir el silencio, el cual, a falta de cualquier otra opción medianamente digna o razonable, seguía siendo mi mejor aliado, si es que en aquellas condiciones podía contar con alguno. —Está bien —dijo por fin Pedroso—, quedas advertido.

—¿Eso significa…?

—Nada —contestó, evidentemente cansado ya de nuestra charla—. Sólo eso, que quedas advertido. Sigue trabajando, pero recuerda esta conversación. Espero que sepas tomarla como una charla entre compañeros, un llamado a tu atención de hombre inteligente.5

La decisión no podrá ser otra que emigrar. Ni en Cuba ni en la URSS su «delito» sería olvidado, algunas nefastas consecuencias le traería y, por extensión, también a su familia más cercana. Quizás uno de los pasajes más logrados de la novela es el dedicado al recorrido, a manera de despedida, que realiza el protagonista junto a su esposa e hijos por sus lugares más entrañables de Moscú y al final del cual personajes, locaciones y tramas de El maestro y Margarita vuelven a integrarse armónicamente a la ficción central:

Cuando pasamos junto a la Biblioteca Lenin, Vera señaló la parte antigua de la edificación y dijo, dirigiéndose a la hermosa torre que sobresalía como una atalaya sobre la colina donde había sido construida mucho tiempo atrás:

—Adiós, casa de Pashkov.

[…] Todos nosotros, creo que hasta mi hijo, sabíamos que sobre aquella torre se habían reunido Woland y sus acólitos antes de abandonar Moscú. Hasta allí había llegado Leví Mateo para resolver el futuro del Maestro y de Margarita con las fuerzas del Mal. […] De regreso, pasamos una vez más por un costado del edificio de la OCEI, cruzamos el puente que sale a la avenida Kutuzov, dejamos el hotel Ukraína a un lado y tomamos por aquel lado del río. […] A los pocos minutos divisamos la mole colosal de la Universidad Lomonosov. Entonces, sin pensar siquiera en lo que hacía, me pegué a la senda izquierda y, cuando tuve una oportunidad, doblé en U y detuve el coche frente al mirador de las colinas de Lenin, que en la novela de Bulgákov se mencionan con su antiguo y verdadero nombre, es decir, las «Colinas del Gorrión». Allí nos bajamos del coche y caminamos por la acera hasta el mirador. […] Mi esposa, sin embargo, pensaba no sólo en Moscú, porque de repente se volvió hacia mí y dijo:

—Es una de las escenas más hermosas del libro, ¿verdad?

—Sin duda —convine yo, recordando el momento en que el Maestro y Margarita se despiden de Moscú, antes de reunirse con el resto de la comitiva de Woland para partir, sobre sus mágicos caballos negros, al encuentro de su particular eternidad. […] Vera y yo seguíamos de pie junto al muro, contemplando en silencio la estampa de la ciudad, cada vez más lejana y oscura. Cuántos recuerdos se quedaban allí, cuántas nostalgias me llevaba conmigo. Ahora que todo llegaba a su fin, sabía que en largos años no volvería a Moscú, si es que algún día podía hacerlo. Pero no todo era desdichas. Había algo positivo, algo que resarcía casi cualquier pérdida. Había ilusión. Comenzaba un nuevo ciclo de vida. […] Y tenía, además, el libro que llevaría conmigo. Ahora estaba seguro de que saldría publicado. […]

Mientras reflexionaba de este modo, las nubes se habían tornado negras y densas, como suelen ser las nubes antes de una tormenta de verano. Y pronto comenzó a llover. Mis hijos corrieron a refugiarse en el auto. Yo tomé a Vera por el brazo, dispuesto a hacer lo mismo. Ella, sin embargo, permaneció inmóvil, con la vista fija en algún punto lejano. Entonces un rayo rasgó la oscuridad del cielo y los vi allí, atravesando los celajes. Juro que los vi. Iban todos juntos, cabalgando entre las negras nubes. El primero era Woland, que surcaba la penumbra con el rostro torvo, concentrado, mirando hacia adelante, siempre hacia adelante. La capa negra ondeaba a sus espaldas, golpeando el anca de su cabalgadura. Le seguían los integrantes de su séquito, galopando en silencio, todos con semblante grave, la vista siempre al frente.6

Como hemos observado hasta aquí, Álvarez Gil maneja como tema recurrente en sus novelas la salida de muchos cubanos rumbo a otros territorios, tras el sueño de una vida mejor. Pero el fenómeno de la emigración no singulariza a la Isla ni por asomo, si tomamos en cuenta que las migraciones aumentan vertiginosamente en el mundo ante las diferencias en el nivel de vida entre los países, la inestabilidad política, la pobreza, la violencia interna, los cambios climáticos, etcétera. Hoy el drama de los refugiados del Medio Oriente se compara en cuanto a crisis humanitaria a la altura de la II Guerra Mundial y es Siria el país que encabeza la lista de mayor número de refugiados. Los principales países receptores son los limítrofes, pero también Europa se ha vuelto un centro de acogida involuntaria de ellos. Lo que al principio pudo parecer una reacción solidaria internacional ha devenido entre la ciudadanía europea —ante la masividad y la duración— en lo que los sociólogos han denominado «arabofobia», que al margen del rechazo étnico también implica asociar automáticamente el terrorismo con los desplazados que huyen de los conflictos candentes en sus países de origen.7 De este entramado histórico contemporáneo, explícito en su título (A las puertas de Europa) se nutre la última novela publicada por Álvarez Gil.

Aunque también aquí este autor teje una historia amorosa, como casi en la totalidad de sus novelas anteriores, la tensión narrativa central descansa en la suerte que correrán Mourad y Hassán, dos jóvenes sirios que han huido de su país tras la devastación de su pueblo y el asesinato de toda la familia del primero a manos de los fundamentalistas. Tras un largo periplo, y casi por azar, ambos jóvenes logran conseguir trabajo en un viñedo en el norte de Italia, justo en el pueblo Riva del Garda, anterior escenario de un pasaje novelesco importante de Annika desnuda. Luego de la inicial «buena acogida» que reciben (trabajo, salario y techo) un suceso desencadena el rechazo y la exclusión: Mourad y Lucia, la nieta del dueño del viñedo, se enamoran y pretenden, sobre todo a instancias de la joven italiana, perpetuar la relación. Afloran entonces los prejuicios y el racismo de la madre de la chica, quien antes de saber de tales relaciones amorosas consideraba al joven sirio todo un dechado de virtudes: trabajador, inteligente, educado y hasta buen mozo, pero de ahí a permitir que sea la pareja de su hija va un buen trecho. La ingenuidad del joven sirio acerca de por qué no es aceptado se la desmonta explícitamente Doménico, el capataz del viñedo, de origen libanés pero de padres italianos:

[…] —¿Recuerdas cuando os dije que tuve que marcharme del pueblo donde vivía en Sicilia porque me había metido en jardines que no me pertenecían? ¿Recuerdas eso?

—Sí, Doménico, claro que lo recuerdo. Pero esto es diferente.

—¿Por qué?

—Porque Lucía es una muchacha soltera, igual que yo; porque nos queremos y porque no hay ningún obstáculo legal que pueda impedir casarnos y formar una familia.

—Legal has dicho —dijo el anciano en tono seco—. Es cierto: desde el punto de vista legal todo está bien. Pero ¿y desde el social? ¿Piensas que esta familia italiana, una familia de la clase media, puede estar conforme con entregar su hija a un refugiado sirio, a una persona de orígenes que nadie conoce, que, para más desgracia, viene de una región del mundo donde todos luchan contra todos, donde la gente se mata unos a otros como moscas? Te pensaste que te iban a aceptar así, sin más?

Mediante la ficción, y ahora sí bien alejado de experiencias autobiográficas, Álvarez Gil llama a reflexionar sobre esta otra faceta de la discriminación sufrida por los migrantes del Medio Oriente. Su manera de recrear el tema no resulta panfletaria y a ello contribuye su lenguaje narrativo, siempre cultivado, ameno y con matices poéticos (por momentos de exagerado lirismo para mi gusto) en las descripciones paisajísticas o de escenas amorosas. Si ya en el final de Annika desnuda Carlos, el protagonista, ante el ambiente festivo de las nupcias de los príncipes y el desfile de la carroza real, confiesa su identificación con la algazara del pueblo sueco, así como su sentimiento de pertenencia, en A las puertas de Europa Mourad no tiene otra alternativa que salir de Italia para estar a salvo de las autoridades y soñar con un futuro al menos un poco más promisorio que si se hubiese quedado en Siria.

Una diversidad inmensa de personas circula diariamente por los aeropuertos; otra atraviesa fronteras a pie, o se aventura por el mar con los riesgos de perecer en el intento de hallar un futuro mejor. Este movimiento creciente alrededor del planeta es una de las expresiones más palpable de la globalidad. Por otra parte, los sujetos migrantes viven una época signada por las redes sociales, y en la cual sobrevivir, adaptarse, desplazarse hacia nuevos espacios y aspirar en lo posible a la felicidad contribuyen al intercambio y a la circulación de saberes. Con una cierta constante, casi toda la producción narrativa de Antonio Álvarez Gil aborda directa o indirectamente esta forma transitoria de vivir del hombre contemporáneo y de su evolución hasta llegar a reconocerse como un ciudadano del mundo, lo cual le otorga un valor testimonial y trascendente a su escritura, enmarcada, a su vez, en un depurado uso de la lengua española. De seguro pronto aparecerá una nueva obra suya y ahí estarán sus lectores prestos a disfrutarla.

Notas:

1.Desde hace ya algunos años reside en Guardamar de Segura, Alicante, España.

2.Antonio Álvarez Gil: Las largas horas de la noche, Editorial Plaza Mayor, San Juan, 2003, pp.50-51.

3.Antonio Álvarez Gil: Annika desnuda, Editorial Verbum, Madrid, 2015, pp. 132 y 133.

4.Naufragios (2002), Concierto para una violinista muerta (2007), Después de Cuba (2009) y Las señoras de Miramar y otras cubanas de buen ver (2016).

5.Antonio Álvarez Gil: Callejones de Arbat, Editorial Verbum S. L., Madrid, 2016, p. 265.

6.Ibídem, pp. 300-302.

7. Ver José Abu-Tarbush: «El drama de los refugiados y desplazados en Oriente Medio». www.alqudsandalucia. org/ Publicado el 24 de junio de 2017.