Un compañero de estudios, bastante reacio a las fluctuaciones de la moda y a las convenciones estéticas, me contó que la única vez que estuvo a punto de tatuarse casi se decide por una imagen de José Martí sobre su pectoral izquierdo. Se refería a la autocaricatura que se hizo el Apóstol en 1889 mientras atendía la Conferencia Internacional Monetaria en Washington, esa hermosa imagen frontal en que sobresalen los rasgos fundamentales de su rostro en modo sintético, caricaturesco, pero también solemne.
En nuestra Facultad Universitaria también le escuchamos a alguien la historia de que hubo una profesora joven, hermosa y talentosa, que muchos alumnos estimaban sobremanera. Supuestamente, la muchacha tenía tatuado encima de su pezón derecho a Martí, y mi compañero solía decir, un poco en broma, que esa era una señal inequívoca de que había hecho bien en abandonar su proyecto de tatuaje martiano. No hubiera estado tranquilo con la idea de que, sobre algún seno en la ciudad, había una imagen de Martí que, potencialmente, podría rozar la suya en «amoroso encuentro». No se trataba de prejuicios de ningún tipo para él, sino más bien de «no contribuir, con esa fuerza más, al manoseo nacional de la imagen del Hombre de Cuba», como le gustaba decir.

Autocaricatura de José Martí.
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Lo peor de ese relato que cuenta cómo Martí ha llegado a nosotros tiene que ver con los ejercicios de fuerza y las puestas en práctica de visiones en que su imagen y su significado son un resorte eminentemente operacional que ha funcionado y funciona para legitimar ideas, proyectos y actitudes que nada tienen que ver con su esencia y lo que persiguió toda su vida.
Hace muchos años resuena en mis oídos una frase que no ha dejado de hacerlo desde que la leí: «Martí debería estar hoy más en discusión que nunca.» Pero la discusión a la que debe ser sometido Martí, a la que está sometido constantemente, por fortuna, es afirmativa. Someter algo a un proceso de discusión no implica negarlo, sino darle su real dimensión. La obra poética y política de este hombre atraviesa la realidad cubana de todos los tiempos de un modo tan abarcador, que es un crimen convertir sus palabras en dogmas y su imagen en estampilla hipócrita y oportunista.
José Martí fue un poeta que asumió un compromiso muy serio con su visión del mundo y de Cuba. Verbo y lirismo salieron de su boca como los proyectiles de un arma de tiro repetido. Las palabras son como balas, pero no matan: llegan y complementan a quien escucha sin beligerancia, e irritan al resentido y al inconsistente… nada más.
Nunca impuso su sistema de ideas. Era un hombre con vocación pedagógica natural; sabía que su discurso no le daba a sus oyentes una solución, sino una herramienta. Tristemente, esa herramienta en manos de un patán, de un corrupto, de un demagogo o un egoísta, está en su poder y bien poco se puede hacer al respecto. No hay que pensar ni siquiera en un cuchillo de mesa; con una cuchara se puede perforar un esternón; con la oreja de un martillo se puede tomar una «cucharada» de miel. Una herramienta se puede usar con muchos objetivos; por eso el serrucho no hace al hombre carpintero.
El narrador y ensayista Severo Sarduy se llenó de esperanzas en 1959 e hizo la siguiente invitación: «Escuchemos sin complejos la palabra del Apóstol. No con fórmulas exteriores, no con cátedras de literatura mala, no con pensamientos de Martí puestos en vidriera para liquidación, no repitiendo palabras.»1
Los bustos, los niños declamando Versos sencillos de modo pedante en los matutinos y la cita de frases martianas para apuntalar cualquier desatino fueron una herencia insana de la República a pesar del buen trabajo hecho por Jorge Mañach, José Lezama Lima y otros intelectuales en torno al legado de José Martí. Sarduy, como joven en revolución, intentó llamar la atención con este breve texto sobre cómo la coyuntura era propicia para enmendar un hábito tan triste entre cubanos, que denigra, tergiversa y malentiende la obra de un hombre que hizo lo mejor que pudo por no dejar de ser poeta para ser patriota. Desafortunadamente, la revolución cubana no solamente heredó ese mal, sino que lo maximizó, aunque no fuera su intención.
Por fortuna muchos artistas se han acercado de modo encantador al legado de ese hombre surgido en La Habana decimonónica, cuya obra resuena hasta hoy. Los mejores de estos trabajos artísticos son los que le han tenido en cuenta como hombre a pesar de la condición de Apóstol que merece y padece en su posteridad. De modo personal algunos no me gustan, los respeto como respeto toda obra de arte. Pero hay unos cuantos que están en mi memoria y estarán hasta el fin de mis días.
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Soy un artista cubano y, como tal, no he podido evadir a José Martí. Por supuesto que tampoco me lo he propuesto ni lo he deseado. Guardar distancia del martiano insulso y no tener el hábito sistemático de leerlo, no me ha impedido tenerlo lo suficientemente cerca.

José Martí visto por Jorge Arche.
Me sobrecogió desde que lo vi por primera vez, y lo sigue haciendo, el cuadro de Jorge Arche, fechado en 1943. Fue lindo descubrir, estudiando historia del arte, la confluencia entre la pieza del cubano y El caballero de la mano en el pecho (1580) pintado por El Greco. Es este un retrato de Martí muy especial porque su autor decidió crearlo en diálogo con una de las obras maestras del arte occidental, pero también porque es un acto perfecto de huida de los lugares comunes. Arche pintó a Martí con una camisa blanca, sin su traje negro invariable, característico, como lo vieron muy pocos en vida. Su mano derecha está en el pecho, pero el índice de la mano izquierda no se alza ni de su boca está saliendo ese «A Cuba… que sufre, mis primeras palabras», con que comenzó a hablar tantas veces. Es un Martí con sus deditos izquierdos como saliendo del cuadro, posados sobre el listón inferior del marco. Tiene a sus espaldas el paisaje cubano y mira al frente de modo inasible, como si mirara a toda la nación con una mezcla de desencanto y fe. Ese es Martí.
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Tengo el inmenso gusto de haber visto en nuestras artes visuales, interpretaciones magistrales de José Martí.
1. Tuve conciencia por vez primera del latido potente que emana de una concienzuda recreación visual del Apóstol cuando vi Monumento (2007) de Eduardo Ponjuán. Raúl Martínez llamó la atención de manera muy acertada sobre la condición inevitablemente repetitiva del Apóstol, para bien y para mal, combinando códigos visuales del Pop Art y el Expresionismo en 15 repeticiones de Martí (1966). Pero Ponjuán ubicó al Héroe Nacional en otra perspectiva simbólica de lo repetitivo, amparado en complementos conceptuales adicionales. Se trata de una escultura que consiste en 840 monedas de 20 centavos cubanos, una encima de la otra, que forman un cilindro con la estatura de Martí. La estatura del autor de La Edad de Oro era de 1, 68 cm, y casualmente la torre de pesetas está conformada por 168 pesos: monto del salario mínimo en el año en que el autor concibió la obra.
La sintonía entre la estatura del sujeto en cuestión, el valor monetario del aspecto material de la obra de arte y el sueldo más bajo que puede obtener un obrero cubano trabajando en el sector estatal, integran, en una metáfora polisémica y perversa, el significado económico y emocional alrededor del legado espiritual de hombre y su adhesión, casi siempre forzada, a la construcción nacionalista. Martí ha sido obligado, sin derecho a réplica, a tener una relación umbilical con una sociedad que no es la que soñó y de cuyos males no tuvo ni tiene ninguna culpa.

Monumento (2007)
2. Julio Lorente y Manolo Castro son los autores de Encuentro (2009): un conjunto escultórico integrado por una imagen hiperrealista de José Martí y otra de Fidel Castro, construidas a base de tela, resinas y pelo, ubicadas en los extremos de una alfombra roja desplegada sobre el suelo unos 5 metros, aproximadamente. Con este título la obra se posiciona en las coordenadas más neutrales posibles de una propuesta de semejantes características, pero sería imposible que por la mente del espectador no pasaran en ráfaga interpretaciones de disímiles naturalezas. El encuentro, tan ficticio como realista, entre «El Hombre de Cuba» y «El Líder Histórico de la Revolución Cubana», no deja espacio prácticamente a la indiferencia.
La polisemia desconcertante de esta obra, que no se compromete con significado alguno, implicó su propia condena. Fue exhibida solamente dos veces el año de su realización: una vez en la Universidad de las Artes (ISA), pues sus autores eran entonces estudiantes de artes visuales, y otra en el Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño de La Habana (conocido como Luz y Oficios). Se suponía que fuera vista también en el Memorial José Martí de la Plaza de la Revolución y que fuera comprada para la colección de arte cubano contemporáneo del Consejo Nacional de las Artes Plásticas (CNAP), pero ninguna de las dos cosas llegó a suceder. El encuentro quedó en la memoria de quienes pudimos ver la obra y tal vez esté inscrito con letras doradas en los anales de lo verosímilfugaz, pero a pesar de haber sido tan corpóreo el acontecimiento, queda hoy relegado al terreno de lo imaginativo porque la pieza fue destruida.

Encuentro (2009).
3. Reynier Leyva Novo (Chino Novo) es de los artistas cubanos que ha vuelto a Martí más de una vez. Sus abordajes suelen ser más tangenciales y menos representativos en relación con su imagen. Por ejemplo, en No me guardes si me muero sepultó en una urna de vidrio, con forma de ortoedro, las cenizas producto de la quema de 26 tomos de las Obras Completas del Apóstol (solamente salvó del fuego el Tomo 27, perteneciente al índice de los textos).
Pero Lo que es, es lo que ha sido (2020) constituye uno de los gestos interpretativos más agudos sobre lo que José Martí representa a la luz de la burocracia y el vaciamiento de sentido que provoca la reiteración irresponsable e indolente de su imagen. Novo sometió un ejemplar en concreto del busto modelado por el escultor Juan José Sicre, a 350 capas de pintura blanca. La pieza es una videoinstalación que consta de la proyección sobre pared de una animación Stop motion realizada a partir de las fotos tomadas al busto después de cada mano de pintura, en que se puede ver la evolución del proceso, y el busto como producto final. Con un estilo minimalista y contenido, sobresale de manera sutil la fisonomía del poeta, pero lo que vemos realmente es un volumen esferoide, un Martí tras tantas veladuras pictóricas que parece un espectro, parece lo que no es.
En este caso la sincronía entre la solución formal y el título conducen la mirada interpretativa del espectador en una dirección que recuerda, como si se tratara de un martirologio, el modo en que el tiempo y las incorrectas labores de conservación a que son sometidos estos bustos normalmente en el país, acaban transformando una efigie conmemorativa en una cosa indefinida y grotesca. Producir la pieza necesitó de varios días de trabajo, pero consistió a la vez, de un modo muy simple, en acelerar y reducir a días un proceso cotidiano de conservación de monumentos que termina siendo perjudicial para estos y dura años.

Lo que es, es lo que ha sido (2020)
La imagen de Martí es distorsionada y menoscabada por lo rutinario y burocrático.
4. En enero de este año 2021, Carolina Barrero y Camila Lobón decidieron concretar una imagen de José Martí inspirada en sus versos «Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. ¿O son una las dos?». La idea de estas dos jóvenes era tener disponible una imagen simple y reproducible en serie para poder obsequiarla el día 28 de enero a sus amigos y a todo cubano que encontraran a su paso y tuviera interés en compartir y relacionarse con una figura vigente y hermosa del ser humano que se encuentra detrás del sintagma «Héroe Nacional». Camila, que fue quien dibujó e interpretó al autor de Escenas norteamericanas, contó en un post de su perfil de Facebook lo siguiente:
El cuadro de Jorge Arche es para mí la imagen más estremecedora de Martí que ha generado el arte cubano. Inspirada en ella, dibujé este, es muy simple, Martí tiene una camisa de estrellas, de noche, como refiere el verso que cita de Dos Patrias. Esas estrellas que en principio pretendí fueran un patrón de fondo, quedaron solo en la camisa. Revelaban noblemente en mi cuaderno, un Pepe del 2021, bajo cierto sino repartero, que no puedo evitar sentir al imaginarlo. No le dibujé ojos, no supe cómo. No quise ponerle ojos a Martí por estos días.
Este es uno de los Martí más recientes que nos ha legado el buen arte, el Martí sometido a esa discusión que lo engrandece y le da vigencia. Del sentir de Carolina y Camila surgió este Martí que es de ellas y de quien quiera identificarse con él. Las 15 repeticiones del Apóstol hechas por Raúl Martínez en los 60, hablan hoy de 15 millones; cada cubano puede tener la suya y ninguna moral o posición de fuerza lo impedirá. Se puede mostrar como «legal» la condena por representar a José Martí de determinada manera, pero siempre será una condena ilegítima.
La imagen de un hombre que soportó tanto, que sacrificó tanto, que renunció a tanto, que soñó con tanto arrojo la Cuba que nos falta y merecemos todos, encarando sus miedos y muchas incomprensiones, está latiendo en este minuto dentro de cada cubano que cree que su país no es un campamento. No hay ni habrá doctrina que vaya a poder nunca contra eso.
Nota
1. Severo Sarduy «En su centro». Revolución, 2 (46); 13, La Habana, enero 28, 1959 [Página «Nueva Generación»]