Cuando pienso y sueño con la educación que deben recibir quienes constituirán las familias del futuro, es inevitable la evocación de mis primeros e inolvidables maestros, Jesús Escandell Rey y Consuelo Romero, ya fallecidos, porque me enseñaron a amar y a respetar la historia de mi país y me condujeron, con mi madre, por el camino del amor a Dios. Supieron crear en las aulas y en el patio de la vieja casa de la calle Habana No. 658, un espacio donde los niños podíamos leer, jugar, soñar y dar rienda suelta a la imaginación y la fantasía en torno a cosas y hechos lindos y virtuosos que fueron sentando las bases –junto a las enseñanzas y ejemplos de cada día- de lo que habíamos de ser en el futuro: cubanos dignos de nuestra nación.